Ces mots stupides
martes, octubre 18, 2005

Ni bien te levantas piensas en él. Aunque ya desperezándote, al abrir los ojos, te has acordado de él. Porque él está siempre presente allí, muy dentro de tí, a pesar de que no esté a tu lado. A fin de cuentas es como si lo estuviera. Es como una manera de respirar, lo asimilas, te acostumbras a ello. Te volteas y ves a hora en el celular. Las siete de la mañana.

Es muy tarde.

Una acurrucadita más.

No puedes. Ya en ese instante, todo es él. Pero TODO. ¿Qué estará haciendo? De seguro, aún durmiendo. Te lo imaginas inmerso en el sueño, con los ojos cerrados, y se te oprime el corazón por no estar allí para verlo. Para disfrutarlo. No obstante, te diviertes imaginándote cómo sería. Sus pestañas parpadeando al compás de los latidos de tu corazón, mientras se despereza, haciendo aquella mueca graciosa e infantil que provoca que te pongas a escribir novelas apasionadas y chochis. Esa es la misma mueca que pone cuando le das besos en la naríz. Y ya no puedes vivir sin ella.

Bostezas. Te amo. Volteas a sumergir la mirada nuevamente en el celular, para comprobar que te haz pasado cerca de cinco minutos pensando en chorradas y todavía estás entre las sábanas. Te amo. Ahora sí es tarde, lo que se dice TARDE. Ya no te importa. Te amo. Alcanzas la polaroid que descanza sobre la mesa de noche. Allí está. Te sonríe con la sonrisa infinita de oreja a oreja. Te acuerdas del día en que la tomaste. ¿Qué bien la pasamos, no?

Vuelves a ver la foto. Qué pequeño es. Su sonrisa puede adquirir mil y un contrastes. Sin embargo, sigue siendo la misma sonrisa con la que te conquistó cuando fueron a comer en la segunda cita y se ponía nervioso y buscaba tu mirada a como diese lugar. Ya es tarde. Dejas la foto en su sitio y partes hacia la azotea para prender el calentador de agua. A medio camino regresas para ver la foto por última vez. No te arrepientes.

El chorro de agua caliente acaba de despertarte. Recuerdas la ocasión en que se bañaron juntos e inundaron media casa. Buscas su cuerpo por entre las mayólicas y azulejos, por entre la cortina inmunda, por entre la espuma del jabón. Y estás seguro de que está por allí, en alguna parte. Te amo. Te secas con la toalla de colores y tienes una erección. No le haces caso. Continúas secando el resto de tu cuerpo, restregando con fuerza sobre tu piel, alcanzando el calzoncillo que está en el suelo y poniéndotelo aún con la erección firme. Tienes ganas de tocarte pensando en él.

Pero no puedes porque ya se te hizo tarde. Te miras al espejo y vez su reflejo sobre el tuyo. Sus ojos sobre tus ojos, su sonrisa en tu sonrisa. Te amo. Y descubres que no importa absolutamente nada, porque estás enamorado de la cabeza a los pies, y no hay marcha atrás. Posas el peine sobre tu peinado horrible, que pese a que está horrible a él le encanta. Sólo a él es capaz de encantarle. Sólo él te quiere como quieres que te quieran. Y sonríes como él. Con la sonrisa de la Rana René.

Sales del baño a ponerte tu anillo de bodas, o aquél brazalete pop que sacaste de su dormitorio sin permiso. Sientes que es tu dueño. Eliges la jukebox para el camino. Algo ligerito, nada de ruido, nada de petardadas. Sólo algo melódico. Te cuelgas el morral al hombro. Es muy tarde. Tomas desayuno a la volada. Es tardísimo. Sales de casa y recorres aquél camino que recorres junto a él cuando viene a visitarte. Y tienes la seguridad de que pensarás en él todo el día. Porque a eso, lamentablemente, se le llama estar enamorado. Y no necesitas nada más. Y así te quieres quedar.

Posteado por Cyan a las 8:03 a. m.
 
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