Tierra tiembla
sábado, octubre 15, 2005

Recuerdo que cuando era niño, los temblores me parecían lo máximo, sobretodo cuando ocurrían de madrugada. En esas ocasiones la familia entera coincidía en el primer piso, tras una huída simultánea desde los dormitorios, y uno podía verlos en el esplendor de su intimidad. Porque hubo de todo, desde mis padres saliendo del cuarto en paños menores, mi madre acomodándose el sostén para no tener una teta afuera (el temblor debió agarrarlos in fraganti), hasta mi abuela en ruleros, como una especie de ballena blanca en camisones muy sesentas, que parecían los manteles que llevábamos a Huampaní cuando nos íbamos de camping. Ni qué decir de mis primas, que dormían semi desnudas y llegaban corriendo embutidas en camisetas cortas y calzones mochita, desde donde se traslucían sus toallas higiénicas o los hilitos de sus tampax. Escalofriante.

Felizmente, puedo jactarme de mi juventud lozana y rozagante, pues hasta la fecha no he vivido ningún terremoto, aunque hemos estado cerca un par de veces. El temblor más fuerte del que tengo memoria ocurrió en el 91. La casualidad quizo que faltara al colegio aquél día y me quedara en cama a causa de una gripe asiática. Me encontraba encantado de la vida comiendo corn falkes y viendo Aló Gisela, cuando de repente un ruido estremecedor se trajo abajo unos adornos de cristal de mi madre. Pensé que algún camión se había estrellado contra mi casa, pero no: la pobre Gisela también lo estaba viviendo.

Gisela: [Al teléfono] Ya, señito, ¿y en qué quiere participar?
Temblor: ¡Broooom!
Señito: ¡Temblor, Giselita, temblor!
Gisela: No se preocupe, mi vida, tranquilita nomás...
Temblor: ¡Broooom!
Gisela: Ay no, sigue...
Anunciador: ¡Yaaaa volvemos cooon: Alooooo Giselaaaa!

Mandaron a comerciales en el acto. Sin embargo nunca pude ver qué fue lo que pusieron al aire mientras duraba el temblor, porque mi madre llegó corriendo a sacarme de la cama para lanzarnos despavortidos a la calle, gritándome que corriera con los brazos abiertos por si se abriesen grietas abismales sobre la tierra. Hay que comprenderla, porque la pobre sufrió un terremoto atroz que derribó su colegio en Trujillo, allá por los años sesenta.

Por eso anteanoche, al sentir el temblor, me limité a echar un vistazo al pasadizo, rezando para que fuese un terremoto. Así tal vez mi abuela se asustaba tanto que le daba un paro cardíaco y se quedaba tiesa. No obstante, la Navidad aún está muy lejos para que ocurran milagros adelantados.

Posteado por Cyan a las 10:05 a. m.
 
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