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Ya soy prosti
viernes, octubre 14, 2005 |
Ahora que el sol comienza a disipar la bruma mañanera y se empieza de sentir un poco de calor a la hora de almuerzo, me he dado cuenta de algo horroroso. Acabo de saquear mi armario y descubrí que todas, TODAS mis camisetas son del año pasado. Necesito renovar mi guardaropa. Necesito escribir un libro para ser miembro del jet-set y para que me lleguen donaciones de prendas Lacoste por montones. La prostitución es la única solución viable e inmediata.
Anoche fui a visitar a Barbie Túrica, quien vive en un departamento de la Av. Pardo, y nada más salir me encuentro con un bello espectáculo a mitad de la calle. Alto, rubio, ojos celestes, unos treinta y pico de edad, visiblemente extranjero, esperando en la esquina por un taxi. Debió ocurrir un desliz en los mapas de la cotidianeidad, porque ningún taxista lo perseguía. Pensándolo bien, habría que echarle la cumpla a las complicaciones del horario (las nueve de la noche).
Mientras me colocaba los audífonos del discman, noté cierto movimiento entre un grupo de personas que circundaban al extranjero de rechupete. Una de ellas, mucho más impresentable que una empleada doméstica (pues según Adry existen empleadas de ascendencia italiana en Lima), se le acerca con un sigilo propio de una chica borracha buscando cerveza gratis en un concierto de la Carretera Central.
No obstante, antes rendir mis oídos ante el beneplácito de un disco de Camera Obscura, reparé en un cachorrito abandonado en la acera. Existe algo en los perros pequeños que me hacen recordar a mi novio. Ya sé que suena atroz decirlo de esta forma, pero es cierto, a veces reconozco su mirada en aquellos ojitos tiernos y desprovistos de malicia. Deslicé una mano en mi bolsillo, en busca de una moneda destinada a concederme, al menos, la probabilidad de escuchar su vocesilla durante unos 50 segundos, si lo llamaba desde un teléfono público.
Me acerqué a uno de esos nuevos teléfonos TELMEX (son en verdad divinos), cuando advierto un cuchicheo parecido al chamullo de amas de casa en tienda de abarrotes. Al girar la cabeza diviso al extranjero cerrando una transacción sexual clandestina, a razón de pago contra entrega, con la señorita de apariencia de empleada doméstica sin raíces italianas.
Si ellas pueden, ¿por qué yo no puedo? Mañana mismo empiezo a ponerle precio a mi culo. Se aceptan ofertas y dos por uno. |
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