Class of 96
lunes, noviembre 29, 2004

El sábado antes de salir de casa tuve que entregar dos horas más al aseo y/o arreglo personal. ¿La razón? El reencuentro anual de exalumnos de mi colegio. Oportunidad de más para lucir mejor que nunca, sobretodo cuando a tus ex-compañeros de promoción sólo los ves una vez al año y durante ese día quieres lucir mucho mejor que ellos y que los casi 11 años que estudiaron juntos. Antes de entrar al plantel, decidí darme una vuelta por los alrededores para llegar un poco tarde. La gente que se hace (y se sabe) interesante debe tener como consigna la impuntualidad, y de paso, la caminata me relajaría un poco y también me serviría para, quién sabe, encontrar a algún chico guapo por ahí. Como siempre, no lo encontré, de modo que entré. Ahí estaban los mismos profesores, algunos ya ancianos, las mismas caras, los mismos mármoles del hall de entrada, los mismos guardianes, jardineros y demás personal de servicio, que parecían tener una memoria inacabable. A pesar del look que elegí para esa noche, me reconocieron tras las gafas de carey y la barba de 2 días. Después de todo, me habían visto crecer desde los 5 años y habían sido testigos de todas mis evoluciones (cual Pokemon).

Un poco más al fondo estaban mis amigos. Estuve a punto de derramar una lágrima, porque además de los cuatro gatos que acostumbramos a ir a las reuniones de exalumnos, también había gente que no veía desde que salí del colegio. Y me quedé pasmado. Los habían desde los ejecutivos hasta los modelos de pasarela. Estaban guapísimos, en especial Omar: no quedaban vestigios de aquél adolescente de corte militar y moretones en el cuerpo de tanto jugar fulbito. Con pantalón de vestir, camisa a rayas verticales y el pelo largo ensortijado, era una suerte de galán de telenovela. Aproveché su entusiasmo para abrazarlo más de la cuenta, y sentir la deliciosa fragancia aftershave que emanaba su cuello.

A estas alturas, ya es vox populi que soy abstemio (chico sano, sin vicios, sólo una que otra pastillita, mejor partido que yo no hay), no obstante salimos del colegio en grupo y nos fuimos a casa de Omar para seguir festejando el reencuentro. A las 2 de la mañana la mayoría empezó a llorar de nostalgia al caer en cuenta que habían pasado 8 años desde que salimos del colegio. 8 años!!! Y ya éramos adultos con A mayúscula, viviendo la plenitud de la base 2. La mitad de la promoción estaban ya casados, con hijos y hasta divorciados. Dentro de nuestro grupo, todos tenían auto y vivían solos, independientes, y los miré con recelo. Lamenté no tener la misma estabilidad económica que ellos, tal vez la vida les sonrió más que a mí. Sin embargo, luego de las lágrimas, el licor hacía estragos y muchos ya cantaban valses criollos, cuando de adolescentes crecimos escuchando Nirvana. Una amiga tuvo la idea: jugar verdad o reto. Nada del otro mundo, ya no tenía nada qué esconder, y cuando me tocó el turno, no reparé en responder con la verdad.

Alguien: Ya, Cyan, ladra, ¿quién te gustaba del salón?
Cyan: ¿A mí? Ah, ¡qué mierda! Me gustaba Ferni Rosciewicz
Todos: ¿FERNANDO ROSCIEWICZ?

Silencio sepulcral. Yo sonreía con mi vaso de vodka en la mano. Otra amiga lanzó una carcajada. Omar se aproximó a mí y gritó:

Omar: ¡Qué huevos tiene este hijo e' puta! ¡Salud carajo!
Todos: ¡Salud!

Y ahí mismo se acabaron los secretos. Había salido del closet finalmente, después de 8 años, frente a mis ex-compañeros y cuasi hermanos de infancia. Sin embargo, nadie se alarmó, todos se me vinieron encima para ¿felicitarme? por mi valentía. Quizás animados por tamaña revelación, dos amigas confesaron haberse dado un casto beso durante un paseo a la playa. El clima se prestaba para develar más secretos, cuando Omar me cogió de la mano.

Omar: Cyan, ven acá.

Me arrastró hacia su dormitorio. Se tambaleaba. Era evidente que estaba ya pasado de copas, pero me dejé llevar con la esperanza de que algo maravilloso sucediera. Nos tiramos en la cama. Omar se incorporó para seguir bebiendo de su vaso. Yo lo tenía tan cerca que crucé la piernas para evitar que se percatara de mi erección.

Omar: Oe Cyan, vamos a hablar claro.
Cyan: Me parece perfecto.
Omar: ¿Por qué chucha eres gay?
Cyan: Querido, uno nace gay. También se hace, pero en mi caso nací.
Omar: Ya pero... no es la voz pes. Yo te quiero un culo. Eres mi pata, mi hermano. Te conozco desde que jugábamos a los Thundercats...
Cyan: Cuando tú eras Leon-Oh y yo Chitara...
Omar: Ya pero, desahuévate. No quiero cambiarte, es tu roche, pero... no jodas. Yo que tú lo pensaría dos veces.
Cyan: Lo pensé miles, ¿tú crees que es facil? Pues no. Ser gay es una huevada. En cambio, los que se quedan reprimidos bajo una máscara, son maricas.

Omar se sorprendió por lo bien que manejé mi punto de vista, pero él tenía el suyo. Terminó con mis expectativas al confesarme que era homofóbico. Inofensivo, pero homofóbico. Trató de hacerme volver "a la senda normal" pero al final yo lo dejé sin argumentos. Me besó en la mejilla y me dijo que no le importaba en lo absoluto, y si yo era felíz siendo así, pues enhorabuena, y "vamos a seguir chupando, carajo". Se puso de pie para salir, mientras yo me moría por decirle: "No, Omar, no soy felíz siendo gay. No soy felíz. Se sufre más de la cuenta".

Posteado por Cyan a las 2:52 p. m.
 
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