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Face to face
miércoles, marzo 30, 2005 |
El ser humano es una criatura inconstante. No precisamente voluble, pero radicalmente influenciable. Me acosté pensando en Billy, en las mil y una formas que tendría que barajar para decirle que me era imposible corresponder a sus sentimientos, y la agitación me impidió conciliar un sueño digamos tranquilo. En el interín, me abandoné a las bifurcaciones nerviosas del cerebro, intentando encontrar una respuesta viable, cuando de pronto me encontré abandonado a mi suerte en un sueño caótico, una dimensión paralela, bizarra, como el universo personal de David Lynch. Me acordé del segundo capítulo de Twin Peaks, aquella visión del cuarto con paredes rojas, donde Kyle McLachlan, envejecido, contemplaba a la bellísima Laura Palmer y al extraño enano bailarín.
A la mañana siguiente, como en Twin Peaks, no recordé el sueño. Trataba de recordar alguna cosa, vestigios, sensaciones, pero me fue imposible. Sabía que había tenido un sueño, pero lo único que venía a mi mente era la certeza que aquél sueño había sido el más inquietante (y lyncheniano) de mi vida. Me llegó un SMS al celular.
Ya me siento mejor. Espero que no hayas hecho mucho caso a mi paranoia de anoche por el MSN. Por favor, no te preocupes por mí. Hoy hace un día bellísimo, espero verte más tarde. Un abrazo - Billy.
Billy, el niño adorable. Billy, el niño grande. Billy, el niño que me da consejos sobre relaciones sentimentales. Billy, el niño que me quiere. Billy, el niño al que con todo el pesar de mi corazón, tendría que rechazar. ¿Lo recharazaría? Algo había cambiado en mi decisión desde la noche anterior, ya no me sentía seguro de lo que iba a decirle. Definitivamente, cuando caminé adormilado por las mayólicas del baño, me pareció ver objetos suspendidos en el aire. ¿Love is in the air? No. ¿Estoy en Macondo? Menos. No quería subir al cielo en una sábana blanca. Estaba inmerso en un dilema mucho peor. ¿Qué hacer, por todos los cielos? Me di por vencido, esperaría a que la tempestad se calmara.
Y la tempestad no se calmó ni cuando, en la tarde, Billy llegó caminando pacientemente a nuestro punto de encuentro. Quince minutos tarde, pero llegó. No consideré atinado decirle en ese momento lo mucho que me enerva la impuntualidad. Lo contemplé en silencio, luego de saludarlo con pudor. Notaba un mundo de distancia entre los dos. Ninguno se atrevía a abrir la boca, éramos un par de nerds avergonzados. Lo que nos distanciaba no era el hielo, era quizás la certeza que pronto tendríamos que hablar con respecto al dilema, a esa gran pregunta que tendría que responder y de la cual, hasta ese entonces aún no vislubraba respuesta alguna. Ya lo había notado: mientras caminaba junto a mí, su delgada y diminuta anatomía sobresaltaba por el polo blanco con cuello que cubría su frágil torso. Esa prenda siempre estimulaba mis instintos, impulsaba mis emociones, y este caso tampoco era ajeno. ¿Billy se veía guapo, o yo lo estaba viendo guapo? Nos sentamos en una mesa del food court, y sentí escalofríos al pensar que, en esa misma mesa, me había sentado con Rodrigo un par de meses atrás. ¿Por qué termino llevando a todas mis citas a aquél mismo lugar? ¿Es esto una cita? ¿No que estaba aquí para dejarlo ir?
Frente a frente, bajamos la mirada, como dice la canción de Jeanette. No obstante, al tenerlo por primera vez a escasos centímetros de mí, comprendí que lo había subestimado. Billy era lindo. Me gustaba. No era aquella pasión arrolladora que sentía cuando tenía a Rodrigo frente a mí, o a Pertur, no era ni mucho menos aquella electricidad que solía pasar por mi cuerpo cuando cualquiera de esos dos individuos ponía sus ojos sobre los míos. Era diferente. Billy era diferente. Su menuda apariencia, el profundo cariño que podía leer en su mirada, pulsaban en mí ciertos impulsos claves para despertar mi ternura. Billy era... ¿cómo decirlo? Apachurrable. Provocaba abrazarlo hasta se pusiese morado por la falta de aire, para luego reanimarlo con besitos tiernos sobre la frente. Tenía ganas de protegerlo, para que se sintiese seguro en mis brazos. Me miraba con esos ojitos de peluche que al apretarle la barriga exclaman "Hold me".
Cyan, necesito que me digas qué piensas sobre mí, sobre todo lo que pasó. Ya no puedo esperar más.
Para mi sorpresa, ya tenía una respuesta preparada. Ya no tuve que mentirle. Le dije que me parecía demasiado lindo, que era falso aquél estigma de la apariencia física, pues me parecía un chico atractivo y por demás interesante. Billy abrió mucho los ojos, como criatura en Navidad. Sentí unas ganas irreprimibles de sellar sus labios, pero fue él quien lo propuso: quiero darte un beso ahora mismo.
Le dije que sí, pero existía otro problema: se nos había pasado la hora, yo tenía un compromiso en casa de Ana Conda, se lo había dicho mucho antes de planear la cita. Billy y yo comprendimos que éste sería el primer paso para una posible relación a largo plazo. Sin reglas, sin parámetros. Sólo él y yo, pase lo que pase. Me despedí de él con un abrazo y me atreví a darle una gran palmoteada en el abdómen, que estoy seguro lo dejó excitadísimo. Cuando subí a la combi, estaba muy seguro de que no era muy difícil llegar a querer a alguien como él. |
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