The Eliza Leegan Complex
miércoles, octubre 19, 2005

Patty Neta tuvo la amabilidad de venir a visitarme trayéndome una noticia bomba: la pobre acababa de ver la luz en Polvos Azules. Pensé que habría encontrado a su futuro marido entre los puestos de piratería, pero no. Se había comprado un DVD con los 20 primeros capítulos de Candy Candy, aquél anime que traumatizó a toda una generación de párvulos, incluyéndome a mí. Recuerdo perfectamente el trágico día en que fue emitida, sin anestesia, la muerte de Anthony. El grito del querubín al caer del caballo, extendido en un horroroso eco que mezclaba la imágen congelada en la pantalla con la dantesca expresión de Candy al borde del colapso, fueron demasiado para mis aún inexpertas neuronas. No sólo apagué el televisor con mi manito temblorosa, sino que tardé 3 días en recuperarme de la pérdida de mi ídolo de la infancia, haciendo con una mano en el pecho, la firme promesa de no volver a ver la serie nunca más.

La promesa la cumplí a medias, porque durante las innumerables repeticiones de la serie, pude ser testigo de algunos capítulos sueltos. De otra parte ya estaba crecidito, tendría unos 13 años y me parecía una estupidez no volver a ver un anime que arruinó mi niñez de semejante manera. Es de esta forma como podría sustentar la teoría de ser el único sudamericano de base dos que no se ha enterado del final de Candy Candy, ni mucho menos de la existencia de ciertos personajes que aparecen luego de la muerte de Anthony, como el archifamoso Terry.

Por eso, estos últimos días he dedicado mis ratos libres a revivir las aventuras de Candice White Andry, en un DVD medio telaraña, pues los capítulos han sido grabados de la televisión, tienen un pésimo sonido monoaural y la comprensión de imágen ya es de por sí atroz.

Ahora ya puedo decir que mi personaje favorito no es Candy (nunca lo fue) ni Anthony (pese a que lo idealicé como el marido perfecto) ni el galanazo de Stir (a mi parecer el personaje más guapo del anime, sus gafas son tremendas)., sino Eliza Leegan. Sí, la niña altanera de largos bucles y trenzas, que le hacía la vida imposible a la descafeinada heroína. De inmediato me identifiqué con ella. No sólo es una chica de armas tomar, sino también muy astuta, aunque pésima actriz. Sus mentiras nunca le salieron bien.

El capítulo de la llegada de Candy a la mansión de los Leegan podría ser arrancado fácilmente de mi álbum personal de recuerdos. Yo solía ser como Eliza cuando niño. Aparte de alucinarme lo máximo (no he cambiado mucho, por cierto), me dedicaba a pisotear a mis compañeros del colegio. Ni qué decir en casa. Recuerdo que cuando mis primos iban a visitarme, yo era incapaz de prestarles mis juguetes. Los miraba por encima del hombro. Una vez me pidieron que jugara con el hijo del gasfitero. Arrugué la naríz y me ocupé de hacer imposible su estancia en mi habitación.

Claro que los niños solemos estar desconectados del mundo, más aún cuando somos hijos únicos. La burbuja en la que vivimos se prolonga hasta alcanzar otras esferas de la edad. Eliza fue víctima del entorno, de una madre regia más mala que ella misma, y de un hermano homosexual reprimido. No le reprocho a Eliza sus motivaciones tiránicas. De alguna forma u otra hay que ganarse un lugar en la vida. A pesar del paso de los años, sigue cayéndome muy bien. Deberían dedicarle una serie entera.

Posteado por Cyan a las 7:56 a. m.
 
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