La decisión
jueves, diciembre 15, 2005

El día que nos besamos por primera vez, estábamos bañados de una ráfaga de cielo espectral por cortesía de una luna llena, llenísima, sin remilgos. La luna era tan grande que temí que alguno de nosotros se fuese a tranformar en hombre lobo, como en el video de Michael Jackson.

Durante nuestra última pelea también nos acompañó la luna, esta vez mostrándonos un rostro diferente, níveo, quizás en tono burlón, tal vez para hacernos recordar que tiempo atrás le dábamos las gracias por aquél beso mágico. Hasta llegamos a dedicarle una canción. Ajena a nuestra autoría, pero muy bonita.

Ahora puedo asegurar que no sé ni nunca he entendido nada de astrología. Tan sólo pienso en que el dolor, como solía conocerlo, no era ni un pálido reflejo de lo que siento ahora. Me consume, me impide respirar, como un pisotón certero sobre el dorso, directo al corazón.

Antes podía contar con una pizca de esperanza. No obstante, hoy el grado de desesperación ha provocado la renuncia conjunta de todos mis sistemas de defensa. No sólo me siento terriblemente solo, sino también con una infinita necesidad de echarme por tierra, de volver a las raíces, al feto materno, a aferrarme al cordón umbilical de mi madre para volver a ser alimentado sin tener que preocuparme por nada.

Necesito a mi madre. Me veo obligado a requerir alguna palabra de aliento, alguna frase de consolación, a aquella redención que nunca escuché salir de su boca.

Más que hacer las pases, he decidido deshacerme de la bola de vómito que llevo atravesada en la garganta.

Voy a decirle que soy gay.

No importa que estemos lejos. La línea teléfonica es indirecta y hace disminuye el grado de atrocidad de ciertas conversaciones (y confesiones).

La llamaré ahora mismo.

Posteado por Cyan a las 2:29 p. m.
 
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