Los fenómenos de la naturaleza son adorables
jueves, noviembre 17, 2005

¿Alguien recuerda la película "Freaks" de Tod Browning? ¿Será que el ser humano se encuentra continuamente atraído por el horror de la anormalidad? Debe ser, porque no encuentro otra explicación para describir por qué a veces tarareo alguna canción de Monique Pardo cuando estoy trabajando, por qué hasta la fecha sigo teniendo sueños eróticos con Tigro (sí, el de los Thundercats, con el cuerpo desnudo color naranja-pop y rayas negras, ¿su pene tendría esa misma textura?), o por qué me excitó ver a Divine enfundada en ropas de daddy bear, fungiendo su doble papel en "Female Trouble".

Claro, los freaks también pueden ser sexys. Tampoco me voy a tirar al jorobado de Notre Dame, aunque sí encuentro sexy a mi rechoncho (y casi anciano) profesor de francés. No obstante, existen algunas personas que ocultan muy bien sus errores genéticos. Una buena prueba de ello, como recién descubrí, es Rodrigo. ¿Lo recuerdan? El-chico-con-el-que-me-besé-en-un-parque-y-que-pasó-total-de-mi-antes-de-conocer-a-Billy.

Rodrigo suele reaparecer en mi vida en cuanto más quiero olvidarme de él. Ya suficientes problemas tengo con mi novio como para agregar otro aliciente a un largo historial de celos mutuos (Pertur incluído). Lamentablemente, Rodrigo es mi amigo. Mejor dicho, él cree que sigue siendo mi amigo, y yo creo poder seguir brindándole mi amistad, aún cuando sólo me busque cuando está desesperado, o me tome como paño de lágrimas de after hours.

De esta forma, Rodrigo se autoinvitó a mi casa. O, para ponerlo de otra manera, me avisó que vendría a visitarme cuando ya estaba en la puerta. El motivo no fue otro que puro interés: quería que le tome fotos para su book, pues su sueño dorado es lanzarse como modelo de algún programa del mediodía. Con lo caída que está la televisión peruana, no dudo en que conseguirá trabajo en un santiamén.

Como mi vena de director artístico está muy desarrollada, y como me divierto muchísimo haciendo posar a mis amigos, lo conduje hasta mi habitación para que escogiera alguna prenda de mi armario. Allí restan olvidados algunos trajes kitsch que he venido recolectado durante años, con la esperanza usarlos a futuro para mis próximas películas, aparte de las toneladas de ropa que suelo comprarme para lucirla una sola vez.

Escogió algunas camisetas de colores. Le dije que utilizara el baño para cambiarse, y sin embargo se despojó prontamente de la chompa con la que había llegado, así de pronto y sin anestesia, luciendo aquél pecho velludo que hace tiempo prometía ser muy frondoso, pero que después, como pude corroborarlo, no pasaba de ser una tímida mata entre ambas tetillas.

Ni siquiera pude pensar en nada más, ni en la decepción, ni en la consumación de un gran misterio revelado, porque de repente reparé en aquél par de tetillas de forma extraña. No sólo eran desproporcionadas (como grandes ubres de vaca), sino que además poseían una extraña malformación: estaban partidas a la mitad.

¿Cómo? No podía ser. Sin la intención de parecer morboso, me acerqué para serciorarme de que había visto bien. Y estaba en un error. Sus pezones no estaban partidos por la mitad. Ocurría sencillamente que arriba de cada uno brotaba, para mi horror, la protuberancia de otro par de pezones, como unos pequeños atisbos de maldad.

Me dieron arcadas. Tuvimos que seguir la sesión de fotos, aunque ya nunca pude desprenderme de la sensación de estar observando un freak. ¿Qué había sido eso, por todos los cielos? ¿Se imaginan que hubiésemos sido mi novio y que yo, al desnudarlo por primera vez, me haya encontrado a merced de ese par (ese grupo) de pezones marcianos?

En la noche, aún con el estómago convulsionado, le pasé las fotos a mi novio, luego de la peleíta en cuestión ("¿Qué hacía ese chico en tu cuarto con el torso desnudo?"), porque no quise ocultarle nada. Prefiero mil veces ser un novio honesto.

Él: Amor, ese chico es medio raro.
Yo: Sí, tiene más de dos pezones.
Él: No, es que además de eso me parece que tiene labio leporino.
Yo: ¿El qué?
Él: Sí, fíjate en su boca.
Yo: Ah no, lo que pasa es que sus labios son gruesos. Y esa expresión entrecerrada es su pose dizque provocativa.
Él: No. Es labio leporino.
Yo: Dios.

Me parece que lo dijo movido exclusivamente por los celos, pero tampoco me sorprendería. Recién me entero que estuve saliendo con un freak que ha podido ser hijo de un alienígena, o presa de un fallido experimento científico. Y más que avergonzarme, me siento orgullosísimo.

Posteado por Cyan a las 3:11 p. m.
 
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