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Dolor y vida
lunes, octubre 31, 2005 |
La adversidad de las circunstancias. Es curioso ponerse a pensar en lo que equivocados estamos al hacernos una idea mental sobre la estabilidad emocional. Muchas veces pensamos que lo único capaz de sacarnos a flote es sentirnos (y sabernos) amados, pero no contamos con los innumerables factores u obstáculos predestinados a afectar dicho proceso. Lo peor es que suelen ser demasiados.
Un ejemplo es, como bien saben, el tiempo. El tiempo está omniprescente, el paso del tiempo afecta y se trae abajo muchos paradigmas. Es un estigma universal. Es una tragedia que muchos temen, y hasta son capaces de hacerle un disco entero (sino, miren a Fangoria). Durante el fin de semana me encontré a la búsqueda de información. Necesitaba empaparme de nuevas perspectivas. El único testimonio valedero me lo dio un amigo nerd:
"Cuando no estoy con mi novia, trato de mantener la cabeza ocupada en otra cosa. En mi caso, son los juegos de video. Eso me ayudó bastante".
Claro, para enfermos como él sólo les basta sentarse a perder el tiempo frente a un televisor y dedicarse a matar honguitos, o lo que fuese. Sin embargo, para personas como yo, que todo el mundo (todos los discos, todas las canciones, todas las películas) gira alrededor de alguien, es verdaderamente un caos.
Anoche me puse triste sin razón alguna. O mejor dicho, me puse triste por falacias que atravesaron mis pensamientos. Pero más que nada, por él. Había pasado un día entero sin recibir un mensaje suyo. Sólo me llegaron timbradas. No obstante, pasó un día entero sin poder conversar vía MSN, o por teléfono.
Yo sabía que él estaba allí, pensando en mí. No obstante, necesitaba escuchar la armonía de su voz, o ver los emoticons o las frases escritas en su ventana del MSN. Está bien, pueden suceder peores cosas, pero ¿por qué me afecta tanto? ¿Por qué me es difícil dejar de pensar en su sonrisa, en el tacto de su piel, en sus ojos de perrito, en sus orejas, en su naríz congelada, en el aroma natural de su cuerpo?
Y me puse a llorar, sin más ni más. Su celular estaba apagado, porque intenté llamarlo miles de veces sin respuesta alguna. Debía de estar durmiendo. Y si así fuera ¿iba a despertarlo por cojudeces como "oye, contéstame porque te extraño"? ¿iba a interrumpir su sueño por ñoñerías mías? ¿se molestaría, quizás? Quizás no, aunque tampoco era lo correcto. Lo correcto era decir "bueno, mi novio no se puede poner al teléfono, pero de seguro está bien y mañana lo veré, ¿para qué preocuparme por boludeces?".
Y no pude. Seguí llorando. Lo extrañaba más de la cuenta. Y no habían pasado ni veinticuatro horas desde la última vez que lo ví. Y después me odié a mí mismo por no poder dejar de depender de él, por seguir encerrándome en mi círculo vicioso, por ser incapaz de vivir en paz conmigo mismo. La dependencia es una enfermedad. A veces pienso que debería ir al psicólogo. O deberían existir talleres tipo "Hombres que aman demasiado".
Y lo seguía extrañando. Y las lágrimas continuaban corriendo cuesta abajo. Recordé que habíamos decidido ir por rumbos separados, en pos de la realización personal y profesional. Ya pronto llegaría el día en que partiera de viaje, dejándolo aquí, con el alma en vilo. Yo no creo en las relaciones a distancia, pero había que empezar a creer, porque no quedaba de otra. Teníamos que sacar la relación a flote, así estuviésemos separados en el futuro. Y yo tendría que ser el que de el primer paso. Estar seguro de mí mismo, para no afectarlo. para que se sienta seguro. Y si bien ya me había hecho la idea, caí en cuenta que sería imposible. Lo extrañaría y se me iría la vida en ello.
No voy a poder. |
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