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Con faldas y a lo loco
sábado, octubre 29, 2005 |
Nunca antes había ido a un desfile de modas. Sí, sí, ya sé, a la mayoría le parecerá atroz que me ponga a escribir acerca de superficialidades cuando ni siquiera he experimentado la superficialidad desde dentro, pero siempre hay una primera vez. La primera vez siempre duele, dicen por ahí, y esta no fue la excepción.
Para ser cronológicamente exactos, hay que retroceder una semana. Me encontraba en mi acostumbrado estado de aletargamiento post-clase aburrida, en la Alianza Francesa de Miraflores, cuando al bajar al patio durante el break, fui asaltado por un arcoiris de colores chirriantes que abofetearon la plomiza humedad de la mañana. Se trata de una expoventa de ropa urbana, de lo más almodovariana y alternativa.
Me bastaron sólo cinco minutos para hacerme amigo de los diseñadores de todos los stands, inclusive de aquellos que sólo ofrecían ropa para chicas, bajo la eterna excusa de ay si fuese mujer usaría esta falda y me quedaría divina. Me encargué de hacer suficientes migas como para que me regalaran gentilmente una invitación personal al desfile del viernes, pues ya había quedado en ir con Daniel y su amiga Lila.
Una vez en la puerta empezaron los problemas. Nos esperaban unos vigilantes nada amables, y una mesa con chicas verificando nombres en unos enormes planillones que contenían la lista de invitados confirmados.
- No pueden entrar, señor. - ¡Pero aquí está mi invitación! - Lo siento, ahí decía bien claro que se debía confirmar la asistencia por e-mail.
Tuvimos que sentarnos en una baranda y esperar a que ingresara toda la crème de la crème, que era de lo más variopinta, entre ellos, un diseñador de modas que había sido uno de mis tantos calentados durante mi etapa voraz, antes de sentar cabeza con mi novio. Al parecer me reconoció, pero nunca llegamos a intercambiar saludos. Después de todo, un choque y fuga no implica necesariamente una amistad.
Nos quedamos, como muchos, aguardando a que la cola de invitados desapareciese. Me sentí en plan de groupie olvidada en concierto de rock venido a menos. De pronto, se abrió la puerta de la esperanza. Apareció Andrea Caracortada, una diseñadora amiga de Lila, con la cual pudimos entrar sin problemas no sólo nosotros, sino también la gente que se quedó afuera. Las chicas de los planillones habían desaparecido. Es muy cierto que quien ríe al último, ríe mejor.
Por supuesto que tampoco era un desfile, digamos, muy chic. La idea de cualquier muestra de clase o sofisticación fue resquebrajada por un ballet (?) de bailarines de dizque hip hop, que interpretaron una vergonzoza secuencia de movimientos rítmicos al compás de canciones pasadas de moda de Sean Paul y Beyoncé.
- ¿A esto le llaman clase? - Quelle horreur! - Más parece un conjunto de technocumbia.
Y lo era, porque el conjunto de baile parecía sacado de un concurso de aficionados llevado a cabo en el Mega Plaza. Pasado el alboroto, pude por fin ver a mi adorada Titi Guiulfo, el epítome de la elegancia. Si algún día me cambio de sexo, de vieja me gustaría ser como ella. ¡Qué regia!
Nos encontramos también con mi amigo Kaboogie luciendo ropa estrambótica, fungiendo de vendedor para el stand de El Gato Espacial. Desde esa posición estratégica, pudimos ver el desfile en primera fila. Definitivamente, aquello fue la apoteosis. Me encantaría reencarnar en una modelo. Edith Tapia, pese al estereotipo, era de lejos la más regia de todas.
Luego de cocktelitos y copitas de vodka con jugo, decidí retirarme del lugar al verme rezagado y sin tener con quién conversar (Daniel y Lila desaparecieron por ahí). Agradecí infinitamente a un par de diseñadoras que se me acercaron a hablarme sobre ropa, hombres y colores. Antes de irme, observé los restos de la fiesta. Una pasarela sin modelos es tan vacía como la indiferencia de los sentimientos. |
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