Brujas de verdad
viernes, noviembre 04, 2005

La Noche de Brujas de este año se aprestaba a ser muy especial, porque, siendo la primera vez que tengo novio, era el primer Halloween que pasaría en plan de parejita feliz. Recuerden que nos casamos hace poco, y el matrimonio implica muchos sacrificios, como lo es festejar tan importante evento en una discoteca gay.

Ni bien me mencionan la palabra ambiente o discoteca gay se me escarapela el cuerpo. Pero había que ir, al menos para divertirnos juntos. Y así fue. Como Eduardito decidió irse en pos de festejos barranquinos, mi novio y yo estuvimos alrededor de la medianoche por las inmediaciones del antro llamado Downtown Vale Todo.

Tuvimos que dar un par de vueltas más porque la cola era... inmensa. Eso es decir poco. Al parecer toda la pluma limeña se había puesto de acuerdo para asistir, y peor aún, en disfraces que dejaban mal parado el nombre de la "alta" costura. Era toda una fauna. Finalmente pudimos ingresar como a la una de la mañana, cuando la cola era más bien escasa, porque la discoteca estaba abarrotada de gente.

Pagué los veinte soles que costaba la entrada por persona (ouch) y comprobé que aquello no había cambiado. Travestis y demás indeseables moviéndose al compás de la peor música del mundo. La "remodelación" brillaba por su ausencia (siempre y cuando remodelar le llamen a colocar esas horribles rejas, ese minimalismo metálico que le insuflaba una pésima apariencia de esos videos ochenteros de Janet Jackson, claro, mal imitados).

No nos importaba, pues una vez más, estábamos juntos. En la selva inhóspita, pero juntos. Bailamos un interminable set de esas canciones que parecen ser una igual a la otra, agrupadas bajo el escalofriante término de trance, que en realidad era el synth dance más banal que había escuchado en mi vida. Hubo que esperar a que pusieran "Hung Up", el nuevo single de Madonna, para que mi novio y yo nos animáramos a bailar de nuevo, como un par de criaturas sin sexualidad definida.

Cuando vimos entre el tumulto a Coco Marusix luciendo un trajecito de novia, acompañada de un impresentable y oxigenado acompañante, nos enteramos que era la maestra de ceremonias del concurso de disfraces que estaba por empezar. Pese a la insistencias de mi novio, no fui a saludarla. Ya me enteré que la diva está molesta conmigo, porque hasta la fecha no está terminado mi cortometraje, "La Guerra de los Cosméticos", el cual protagonizó. Paciencia, reina, que no depende de mí, sino de los aullidos de mi editor oficial.

El concurso de disfraces fue un horror, aunque de buen rollito. Era patético, sí, pero también un arrastre de risa por los comentarios del narrador en off, destruyendo sin piedad el afán de figuración de muchas tracas, que se alucinaban lo máximo cuando en realidad provocaban lástima, incluída una que enseñó los genitales encogidos bajo la falda de su disfraz de Madonna/Maria Antonieta, copiado (acertadamente) del VMA 90.

La noche la cerré acurrucado en las rodillas de mi novio. Estábamos tan cansados que nos tiramos en la alfombra del segundo piso. Yo coloqué mi cabeza en su regazo y me quedé dormido. Él arrulló mi sueño con caricias varias, y yo estuve a punto de morirme, porque recordé que era la primera vez que me quedaba dormido junto a él, y despertaba contemplando su rostro entre lagunas oníricas de fatiga intensa. Sólo por eso, valió la pena todo el esfuerzo.

Posteado por Cyan a las 2:08 p. m.
 
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