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Balance
sábado, diciembre 31, 2005 |
Cuando pienso las cosas a grosso modo, me doy cuenta que el 2006 fue el mejor año de mi vida. Y no sólo lo digo por Billy. Durante estos meses, tuve la oportunidad de conocer y compartir momentos con muchas personas que antes no conocía, y que me abrieron sus corazones, brindándome su apoyo incondicional, aún en épocas negras como la que atraviezo.
El 2005, MEDICATION cambió. Se convirtió en un pálido reflejo de lo que era antes, pero qué diablos, siempre dije que escribo lo que me sale del coño, aunque no lo tenga. Durante los primeros meses del año cierta persona condimentó mis carencias afectivas, y restauró mi alicaída autoestima. Me refiero a Rodrigo, y el gran error del 2005 podría reflejarse en la manera cómo pude colocar mis esperanzas en un chico que nunca tuvo la intensión de brindame más que su amistad. Sólo queda mencionar como anécdota, su cumpleaños en Cieneguilla, yo tomando pisco sour con su papá, mientras Rodrigo bailaba descalzo canciones de Olga Tañón con su mamá. Irrepetible.
Luego vinieron reuniones de bloggers, nuevos amigos, nuevas anécdotas, nuevos puntos de encuentro, experiencias sin planificar, Polvos con Camila, tardes de películas piratas en la casa de alguien, y sobretodo amor, mucho amor. Billy. Aquél niño, aquél maravilloso ser que me auscultaba con ojos de admiración, aquél chico dulce que se atrevió, en plena calle, a tomar mi mano en una tibia noche de marzo. Aquél pequeño que selló mis labios en un casto beso a la luz de la luna, en el parque que ambos recordaremos ya para siempre.
Ese fue el mejor día del año. La descarga eléctrica de ese beso, el elixir de su saliva sobre mi mentón, el calor de su cuerpo al aferrarse al mío, cuando lo abracé para decirle, al borde las lágrimas: "No quiero enamorarme de tí". No quería, tenía miedo. Él era un chico de (en ese entonces) 17 años. Pero aún así me hubiese arrepentido toda mi vida, de no haberme enamorado de él, pues disfruté con pasión cada uno de los ocho meses y medio que duró nuestra relación, amándolo más de la cuenta y aún añorando la ternura de su mirada y la perfección de sus manos, que hasta hoy contiene todo mi universo.
El segundo momento del año: mi cumpleaños. Las mejores 24 horas de mi vida, quizás. El concierto de Catervas aquella tarde. Billy y yo gozando entre el público, comiéndonos los ojos a través de miradas agresivas. El regreso a casa, el acto sexual apresurado, sobre una cama sin destender. La grabación de la música para la fiesta. Billy sentado en mi regazo; yo, colocando más y más canciones bailables en un CD antológico. La fiesta, mis mejores amigos, las risas, el video casero, la diversión, el bailongo y Billy, siempre Billy, aguzando la mirada y comunicándome a cada minuto (y de todas las maneras posibles) lo mucho que me amaba.
Billy. Este año fue para él. De lo demás, sólo me queda decir que el mejor disco que escuché (y que he escuchado en mucho tiempo) fue el de The Arcade Fire, y la mejor película que vi en el cine fue "In the mood for love".
Felíz Año para todos, queridos amigos. |
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