La Pastilla Roja
lunes, diciembre 19, 2005

Acabo de definir mi personalidad como dos polos extremos, casi opuestos, que fluctúan alrededor de un reloj de arena regido (seguramente) por el estado de ánimo y, cómo no, el tiempo. También ayuda mucho, por más trillado que suene, darse cuenta de las cosas con claridad, a falta del verdadero protagonista.

En el momento mismo de la ruptura, me dirigí hacia aquél lugar que casi un año atrás resumía las instancias de mi vida y mi equilibrio anímico: el cajón de las pastillas. Primero pensé en tomar un par de calmantes. Luego descarté la idea y escogí un somnífero para poder dormir, de ser posible, todo el día.

Sí, eso hubiese sido lo mejor.

Tomé una jarrito de café y vertí un poco de Pepsi helada. Fue en ese entonces que caí en cuenta que la solución estaba muy cerca. Ahí yacía el frasco entero de pastillas, intacto. De haber tenido el valor suficiente, hubiese apurado rápidamente todo el contenido, y quizás ahora no estuviese contándolo.

No, no valía la pena.

Devolví todas las pastillas al frasco, excepto una. Sería maravilloso poder dormir, sentir el limbo del relajamiento corporal, sólo una pastilla y tendría el camino abierto hacia la tranquilidad.

Y no pude.

Porque al mirar mi cama, aquella cama donde hacía tan sólo una semana habíamos retozado, aquellos muelles que fueron testigos en carne propia de nuestro desafuero, me acordé de su pequeña anatomía recostada sobre el colchón, mirándome con esa cara de perrito y esos ojillos negros e intensos, diciéndome "recuerda la promesa".

Fue una visión. Fue como un hechizo. Como la carta bomba de Tía Petunia enviada por Dumbledore.

Y sí, le había hecho la promesa de no volver a tomar pastillas nunca más. Le había hecho esa promesa, porque estaba enamorado de él. Y sigo enamorado de él, incluso más que antes. No podía echar a perder aquél amor que sigue fresco en mí, pese al dolor.

A continuación dije "Wait a minute... WHAT AM I DOING?????".

En un abrir de ojos decidí no hundirme. Sentí una inmensa tranquilidad, como si el trago más amargo hubiese bajado, por fin, hacia el estómago. Y a continuación paz, una paz que no experimentaba desde hace mucho. Era cierto que nos estábamos haciendo daño.

De momento disfrutaré de esta nueva etapa espiritual. Volveré a llenar mis pulmones de aire. Todo sea por mí.

Posteado por Cyan a las 12:12 a. m.
 
.