Punto y final
domingo, diciembre 18, 2005

Es curioso cómo tu mundo puede venirse abajo de la noche a la mañana. Es cómico ponerse a pensar cómo lo que tienes entre las manos se va deslizando como los granos de arena entre los dedos, hasta quedarte sin nada. Te quedas observando tus manos desnudas, tus manos que en otro momento estuvieron llenas, muy llenas.

Es muy particular también la forma que tiene la vida de confabularse contra uno mismo. Uno, que tiene todas las ganas de vivir, después de todo. En un instante confluye todo: una confesión, un problema que crece, una relación que está en el limbo y que vive angustiosamente los últimos días, extendiéndose hasta formar una gran quemadura, chamuscada y negra, en el fondo mismo del corazón.

Es triste pensar que por muchas alegrías que tengas, el futuro te reserva el mayor de los tormentos.

Así fue como hablé con mi madre y le dije que era gay. Me gustaría relatarlo al pie de la letra, tal y como sucedió, pero no puedo. No me salen las palabras, ni los sustantivos ni los verbos. Todo se hunde. Todo, a pesar que mi madre me brindó su apoyo y me dijo que nada cambiaría, que era su único hijo y como tal, era merecedor de su cariño y respeto. Que no tenía nada de qué preocuparme.

En la última etapa de mi vida, hice las pases con mi madre. La llamo última etapa porque ya no sé qué pasará después. No quiero seguir. Quedé bien con todo el mundo, al menos. Con mi madre, que era lo que más me preocupaba, y con mis amigos, porque les aseguré que no me ocurriría nada, que estuviesen tranquilos.

Sin embargo, no hay razón para que se queden tranquilos. Porque todo se acabó. Mi relación con Billy se esfumó de la misma manera lenta y dolorosa como empezó, a pocos días de cumplir los nueve meses. Creo que es una cuestión de clarividencia. Nunca imaginé ponerme a escribir acerca de nuestro nueves meses juntos. Ni diez, ni once. Ni el aniversario de un año. Debí haberlo intuído. Uno piensa que terminar una relación embarcada hacia el fracaso es cortar con el problema de raíz. Los que dicen eso no piensan en personas como yo, que estamos enamoradas, que seguimos enamoradas, y que amamos igual o más que antes, y no queremos que se acabe.

Por ahora no puedo escribir más. Mi vista nublada me lo impide, las lágrimas no han parado de manar de mis ojos desde hace tres días, cuando se avecinaba la tempestad, y yo tenía miedo de darla por cierta. Hoy, hace unos momentos, cuando ocurrió la estocada final, me las arreglé para tener una despedida civilizada. Pero fue una farsa. No estoy bien.

Sólo sé que necesito de todos más que nunca. El que menos me cantará la misma cháchara: no te desesperes, tómalo con calma, y toda esa mierda. No quiero esa mierda. Si me hundo, no es porque haya decidido hundirme, sino porque poseo una disfunsión psicológica que me obligará a peregrinar, de nuevo, por los pasillos de las clínicas de autoayuda y los psicólogos que lo único que hacen es darte pastillas para volver a hacerte adicto. Si me hundo, no es por mi elección. me sentiré triste, y me embriagaré de tristeza. No, no me pondré tranquilo, ni pretenderé seguir mi vida como si nada pasara, ni seguiré escuchando las mismas canciones pop que antes me movían. No.

A la larga es lo mejor. Este blog tiene algo de qué sentirse orgulloso: se vuelve a llamar MEDICATION, con todas sus letras. Como Anne Welles, en las últimas páginas de "El Valle de las Muñecas", decide tomar, a sus cuarenta años, y luego de haber gozado de una vida exitosa, su primera pastilla, su primera vida sin preocupaciones.

"Después de todo, es la víspera de año nuevo" dice Anne.

Qué suerte. Para mí no existirá el Año Nuevo, ni la Navidad. El año pasado me quedé en casa viendo películas en la Nochebuena, y este año, C ha prometido acompañarme. Espero que alguien más se nos pueda unir. Si tengo que llorar cuando den las doce, prefiero no hacerlo solo. Igual ya estaba llorando desde hace tres días.

Una vez le hice la promesa a alguien de no volver a tomar pastillas. Esta noche, sin embargo, las volveré a tomar. No quiero que mi vida vuelva a ser un infierno. Porque yo también quiero vivir, sentirme bien conmigo mismo. O quizás no esté hecho para la vida, ya lo averiguaré.

De momento los invito a leer, en los próximos días, lo más cercano a mi abismo interior.

Posteado por Cyan a las 12:58 p. m.
 
.