Lo siento
martes, diciembre 20, 2005

Cuando todo se acabó, y gracias a la ayuda de amigos experimentados en la materia del desamor, me sentí tranquilo. Y me horrorizé al comprobar que, al no quedar nada, salían a flote muchas cosas de las que no me daba cuenta cuando aún estábamos juntos. Sí, definitivamente hay que perder algo para poder entender la realidad. La tranquilidad se extendió al punto que me era fácil asimilar los errores, podía ponerlos en práctica inclusive desde ese mismo momento e intentar sobreponerme para lo que pudiese ocurrir después.

Sin embargo, ayer volví a caer.

Y quizás lo siga haciendo en los próximos días. A veces logro retomar muy bien las instancias de esta nueva etapa, pero después, por más mínimo que sea el recuerdo, me hundo. Me hundo y vuelvo a subir. Justamente, por esta época, al pensar en tantas subidas y bajadas, se me da por inventar frases filosóficas. Ahí les va la primera:

La vida es como una cronometrada coreografía de natación gimnástica.

Qué carajos. Tengo derecho a aturdirme. Ayer dormí muy bien. Pero me desperté con la terrible sensación de haber sido amputado de algún órgano vital. Tal vez un brazo o una pierna. Ni siquiera pude distraerme en la clase de francés. Casi se había vuelto una costumbre recibir mensajes suyos mientras estaba en clase, o sus timbradas al celular. Cuando llegó la pausa para salir a estirar las piernas o comprar algo de comer, estuve a punto de sufrir un colapso en plena escalera. Recordé sus zapatillas negras meciéndose sobre la baranda de la pileta, o su pequeña sonrisa desde las bancas cercanas al teléfono. Sí, todos los días bajaba las escaleras con la esperanza de que me hubiese ido a recoger. Y esa esperanza hoy es, irremediablemente, imposible de concretizarse.

Ayer en la tarde fui a hacer una asignación para el último curso de francés, en casa de una compañera que vive en Barranco. De regreso pensaba subirme a algún colectivo. No obstante, decidí caminar. La distancia no es mucha, ya la había recorrido antes. Y allí, volviendo el paso sobre las huellas que algunas vez recorrimos, peleando, camino a La Noche, me sentí como Cecilia Roth en "Todo sobre mi madre". Comencé a murmurar:

Hace poco tiempo recorrí este mismo camino, pero al revés: de Miraflores a Barranco. Entonces venía con él, y hoy, estoy completamente solo.

Las calles de todo Lima se llenan de un aura muy particular cuando la Navidad está muy cerca. Villancicos, luces multicolores, melodías electrónicas venidas de los arbolitos de las casas. Yo, por mi parte, seguía caminando por el mismo sendero, tratando de encontrar nuestras huellas. Qué difícil me resulta todo. Me puse a llorar más o menos hasta cruzar 28 de Julio. Una vez allí, me sequé las lágrimas para que mis amigos no perciban mi aturdimiento. Estoy decidido a no exteriorizarlo. Mañana quizás sea un día mejor.

Posteado por Cyan a las 10:35 a. m.
 
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