|
|
|
|
La première fois (I)
sábado, octubre 23, 2004 |
A diferencia de mucha gente, nunca tuve una primera vez, sino muchas. Propiamente hablando, de las muchas veces sólo puedo diferenciar dos: la primera y otra que merece ser nombrada por su trascendencia. Dos actos separados, pero una sola experiencia. Lo rescatable es que entre un acto y el otro existe una diferencia abismal de 6 años, incluídas las idas y venidas, los tejes y manejes, los suelta y afloja. Para explicarme mejor, comenzaré, como dicen los buenos oradores, por el principio.
Verano de 1998. Por ese entonces la red de redes estaba en pañales, y nunca en mi vida había usado una computadora. No obstante, me hice con facilidad de aquél aparato y al cabo de poco tiempo ya la usaba con pericia y entraba a internet desde casa, a pesar de las exhorbitantes cuentas telefónicas, amén de la ausencia, en esos tiempos, de la banda ancha y la tarifa plana. Luego de muchas dudas, decidí postear un mensaje en un tablón de anuncios gays, y gracias al mensaje conocí a Elpri Mero, un chico de 24 años, con el cual estuve intercambiando e-mails durante unos 5 meses, periodo en el que alcanzamos a desarrollar una estrecha amistad "virtual". Él no me ofrecía más que eso, pues tenía novio, cosa que en su momento consideré como normal pero que ahora me parece inverosímil. Finalmente decidimos conocernos, y aquél verano de 1998, conocí a Elpri en persona: era mucho más bajo que yo, algo narizón, pero de sonrisa encantadora y áurea de angelito. Me pareció simpático, pero como por ese entonces me excitaban más (y lo siguen haciendo) los hombres mayores de 40, opté por aceptarlo como amigo y confidente.
A partir de ese momento, comenzamos a salir religiosamente todos los sábados. Íbamos al cine, a comer, a tomar un helado o sencillamente a caminar por las calles de Barranco y mirar el sol ponerse en medio de la ola de calor apabullante (pues estábamos en pleno Fenómeno del Niño). En una semana mi vida cambió, empecé a sentir una ansiendad horrorosa, unas ganas irreprimibles de verlo a todas horas y una vergüenza extrema cuando me miraba a los ojos. Dejé de comer y bajé 10 kilos en 2 semanas. Perdí la noción del tiempo, las ganas de estudiar, sólo esperaba que fuese sábado para salir con él. Y descubrí que me había enamorado con locura, pues era la primera vez que experimentaba un sentimiento tan desolador. Las siguientes semanas fueron un tormento, sobretodo cuando me contaba acerca de su novio y yo empezaba a sentir en carne propia el abismo de los celos. En Marzo no pude más y le dije, en plena calle: "Te amo". No sé cómo reuní el valor para decírselo, y aún hoy me resultaría imposible volver a hacerlo.
Me rechazó sin ninguna clase de compasión y de una manera bastante cruel. Me vomitó toda la mierda encima: confesó que me había aguantado durante 3 meses sólo con la esperanza de poder acostarse conmigo, y que nuestra supuesta "amistad" era tan sólo una máscara para ocultar sus verdaderas intenciones. Sentí por primera vez el aguijonazo del dolor infinito mezclado con un miedo atroz. Le dije que no quería perderlo, que no me importaba que me hubiese mentido (menudo lavado de cerebro), pero fue inclemente y sólo respondió con negativas. Cuando dijo adiós le lancé la amenaza: "Si te vas, me paro en la pista y dejo que me atropelle cualquier carro que pase". No me creyó y fue un error, porque corrí para ser alcanzado por un Volkswagen. Elpri se apresuró a empujarme y ambos caímos, a salvo, en la vereda. Se fue muy ofendido porque creyó que yo estaba mal de la cabeza. Al día siguiente fue el Día de San Valentín, estuve llorando desde la madrugada junto al teléfono, y como nunca llamó, por la noche me corté las venas de las muñecas.
Estuve hospitalizado una semana y a punto de ingresar a una institución mental. El médico me recetó calmantes y comenzó mi adicción. Los antidepresivos ayudaron bastante cuando Elpri regresó arrepentido y me pidió perdón. Acepté sus disculpas más que de inmediato y retomamos nuestras salidas sabatinas, aceptando nuestra mutua amistad. Y allí, caminando en plena calle, todo estuvo claro: si él quería sexo, se lo daría, después de todo yo también lo quería, y qué mejor que con el hombre que aún amaba. "Quiero acostarme contigo" le dije, y Elpri, movido por un rayo, paró un taxi y me llevó a un hotel que quedaba cerca. Cuando subimos la larga escalera, me vino el miedo primigenio y los nervios ante la idea de debutar. Mientras subía, las paredes perdían su forma, se movían y me absorbían como en un film expresionista, y cuando llegamos al cuarto no supe qué hacer.
Muy a mi pesar, descubrí que mis ganas (y mi erección) se las había tragado el miedo. Elpri se hechó en la cama y me animó a acompañarlo. Estuvimos ahí echados, vestidos, y nos quedamos dormidos. Al cabo de una hora, Elpri despertó y preguntó: "¿Hemos venido aquí por gusto o haremos algo?". Me daba miedo tocarlo y con la mano temblorosa, empecé a acariciar su brazo. Era la primera vez que tocaba a un hombre, y fue también el primer beso. No sabía cómo hacerlo. "Abre más la boca, relaja los labios" decía Elpri, y sentenció: "Besas muy mal". Y era verdad, porque además de mi inexperiencia, Elpri tenía un aliento pésimo.
Nos desvestimos lentamente. Mi erección regresó y ya desnudos, nos echamos en la cama a acariciarnos. Elpri se puso encima mío y me la chupó. Estuve a punto de eyacular, fue un placer recién descubierto y demasiado intenso. Cuando quise chupársela, un olor me echó para atrás: su pene apestaba a orina. Me dio asco. No se la chupé y se molestó. Me puse boca arriba, él me puso un condón y se sentó encima mío. Todo pasaba demasiado rápido. Ni siquiera me había puesto a pensar si me provocaba penetrarlo o que él me penetrase, aunque esto era imposible pues él era pasivo. Con pericia, tomó mi pene y se sentó con fuerza. Me dolió, porque mi pene se estragaba y ahorcaba al entrar en aquél tupido y profundo orificio.
No teníamos lubricante, y cuando mi pene entró en su ano, me raspé. Grité. No le importó y empezó a moverse. Empezaba a perder la erección, y él se masturbó y eyaculó tan fuerte que su sémen me cayó en la cara y parte de la boca. Probé una gota y me gustó. "Es muy agradable el sabor de la leche masculina", pensé, mientras él se secaba y se vestía, presuroso. Yo me quedé desnudo, bañado en su sémen, sintiendo su olor, su sudor... me abracé a mí mismo para perdurar el momento. Fue entonces cuando me di cuenta que no había sentido placer alguno, y que no había ni conseguido acabar.
Se lo dije e insistí tanto que aceptó chupármela de nuevo. Lo hacía bastante bien, y cuando eyaculé con las justas alcanzó a sacarse mi pene de su boca. Nó esperó a que me vistiera y se fue, dejándome en aquél cuarto de hotel, solo, desnudo y muriéndome de amor. Y lo seguí amando a la distancia los días siguientes, porque nunca más supe de él. Aquella experiencia me dejó tan marcado que no quise saber más de sexo en los siguientes 2 años. En el año 2000, tuve una segunda vez con otro anónimo, esta vez por medio del chat. Felizmente, era mayor que yo, y bastante velludo (como descubrí que me gustaban los hombres), y en su casa pude disfrutar, ahora sí, el placer de estar en la cama con un hombre. La idea de que mi pene se volviese a raspar me horrorizó, y no quise penetrarlo. Cuando él me quizo penetrar, me dolió tanto que pedí que lo dejara. Nos masturbamos juntos y eyaculé con un grito auténtico.
La tercera vez, luego de 2 años de profundo trabajo mental, seduje a un compañero straight de la universidad, Pin Ghon, cuya enamorada era mi mejor amiga. Una noche de copas (una noche loca), le conté que era gay, y él, borracho, me pidió que se la chupara. Aquello me produjo un placer infinito gracias a su mostruoso miembro, y ambos lo disfrutamos tanto que seguimos haciéndolo inclusive hasta en los baños de la misma universidad. Todos los día succionaba aquél largo pene y conseguí perfeccionar tanto mis dotes felatrices cuando por fin, al cabo de 4 meses, él me pidió que lo penetrara. Y a partir de ese momento, explotó mi obsesión por el sexo con muchos otros hombres, no obstante mi ano permaneció vírgen hasta este año, cuando con gran dolor aprendí una valiosa lección. Pero esa es otra historia para el segundo capítulo.
|
|
|
|
|
|
|
|
. |
|
|