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Être indifférent à
miércoles, octubre 20, 2004 |
Después de una rauda sesión de maquinaciones a puerta cerrada, finalmente decidí que tenía que usar, sólo por curiosidad, la estrategia de la indiferencia. El famoso "perro muerto", como dirían por estos lares. Armado de una inusitada valentía, me senté lejos de Pertur, premeditadamente, con el objetivo de no ser un fácil manjar para sus "miraditas" constantes. Si quería verme, pues que le cueste, pensé con algo de atosigamiento, y más tarde pude comprobar que, en efecto, le estaba costando, que estiraba su cuellito de avestruz asustada y se asomaba por entre las cabezas del resto, para verme. Una vez más, la pregunta surgió desprevenida: ¿Por qué lo hace? ¿por qué, a pesar de tantos obstáculos visuales, me sigue MIRANDO?
La estrategia rendiría sus frutos minutos más tarde cuando, al terminar la clase, nos encontrábamos yendo en grupo hacia el paradero. No estábamos solos, obviamente, pero seguía hablándome con esa confianza que ya había iniciado el día del exámen. Me atormentaba la idea de que su amabilidad se debiera sólo a la emoción por haber rendido bien una evaluación (como alguien sugirió en algún comentario), pero felizmente veo que no ha sido así, y que incluisive la dosis de confianza mutua va en aumento. Pertur, sonriendo de oreja a oreja, me miraba y bajaba la cabeza, siempre sonriendo, y continúa hablándome siempre a los ojos. Estábamos uno al lado del otro, caminando, acompañados pero a la vez tan "conectados"... Cuando se adelantó para esquivar una piedra del camino, reparé en su espalda. Me quedé viendo sus hombros. Para ser un niño frágil no está nada mal. Era preciso controlarme porque me invadieron las ganas de correr y lanzarme a su espalda, como dicen por ahí, para que me hiciera "kapachún".
Contra todo pronóstico, Pertur seguía hablándome y proponiéndome temas nuevos de conversación. Yo aún estaba mentalizado en la estrategia de la indiferencia. Pertur empezó a comentar el exámen final de la próxima semana, en el que tendremos que dar los ingredientes y preparar un postre, todo en francés, obviamente. A falta de ideas, la profesora me había designado para que llevara sanwiches de pollo.
Pertur: Oye para el exámen final pensé que llevarías algo japonés...
Cyan: !! [Dios mío, ya sabe acerca de mi japonofilia, eso prueba que me conocer más de lo que yo imaginaba]
Pertur: Tráete un sushi pes, jajajaja---
Cyan: [Aún con indiferencia] Ya veré...
Pertur: Sí, sí.... trae pe, pa probar ¡yo quiero probar!
Cyan: [Aún con indiferencia] Puede ser...
Pertur: [¿Coqueto?] Ya pues trae... ya pues trae... ya pues trae...
Cyan: ...
Mon Dièu! ¿Me parece o Pertur está jugando con complicidad y haciéndose el que me conoce de toda la vida? ¿Se está haciendo mi amigo? ¿Ya SOMOS amigos? Quise ponerme a saltar pero recordé que aún seguía con la indiferencia. Borré la sonrisa de mi rostro y me apresuré a despedirme. Tenía que irme en la ruta de Pertur, por primera vez, y lamentablemente no estábamos solos como para compartir un asiento en el micro.
Cyan: Bueno yo me voy hasta La Marina... ya me quito.
Pertur: ¿Ah sí? Estos carros van...
Cyan: Ah, manya...
Pertur: Sip... ¿vamos?
VAMOS. Vamos, vamos, vamos, vamos, vamos, vamos... VAMOS. Y me lo dijo sólo a mí. No dije nada, lo seguí. Lo seguiría hasta la luna. El resto venía detrás. Mèrde. Subimos en grupo y nos sentamos cada uno en un asiento de a dos. Pertur me miraba durante todo el trayecto, el cual era desgraciadamente corto. No obstante, el Gordo se puso a mi costado, y no pude prestarle a Pertur la atención que él ¿deseaba? y yo quería brindarle. Luego de unas 10 cuadras, llegamos a Rosa Toro y Pertur se bajó y se despidió sin estrecharme la mano, porque estábamos lejos. Pero me miró al bajar y me miró desde la calle.
La tarea del día era pedirle su teléfono y su e-mail. No pude realizarla, pero a cambio obtuve su primer gesto gentil y una prueba irrefutable de su absoluta confianza y amistad. Y eso no puede hacerme más feliz. Es extraño, pero con migajas yo ya construí todo un castillo de felicidad perpetua.
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