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La première fois (II)
domingo, octubre 24, 2004 |
Prólogo
El sexo anal para mí seguía siendo un gran misterio, pero ya poseía una curiosidad indomable por conocerlo. Mi yo activo había sido explorado tan sólo una vez, con Pin Ghon (aquél horrible chico straight de la Universidad al cual trabajé durante 2 años para volverlo gay y convenserlo que dejase a su enamorada, que además era mi mejor amiga). Una noche, al regresar de una fiesta, Pin se quedó a dormir en mi casa y pasó lo que siempre pasaba: en pleno sueño me despertaba y me frotaba su pene erecto para que se la chupase. Pero esta vez me hizo la gran pregunta: "Oe Cyan, quiero metértela". Yo le respondí lo que acostumbraba responderle a todo el que me lo preguntaba: que estaba esperando ser desflorado por mi Príncipe Azul, o alguna persona que realmente me amase y en la cual confiace lo suficiente como para dejarlo entrar en mí.
A mitad de la plática, Pin deslizó la propuesta: "¿Y si me la metes tú?". Entonces una ola de erotismo me embistió por completo, y lo tumbé boca abajo, le bajé el calzoncillo y comencé a besar y a pasar mi lengua por sus glúteos redondos y duros como un durazno, realmente un culo notable. Para mi sorpresa, mi pene se erectó, y a continuación intenté hacerle el "beso negro". Cuando me acerqué a su ano, el olor penetrante me hizo retroceder. Antes que el asco acabara con mi erección, me puse un condón. Pin dijo: "Espera". Tuve que darme de cachetadas para no pensar que era un sueño: Pin, el chico straight con enamorada, tomó mi pene y comenzó a chuparlo. Lo hacía mal, lo mordía con sus dientes y no movía la lengua en absoluto. A pesar de no saber chuparla, me excitó que precisamente él me estuviese haciendo sexo oral. Me puse el condón y empujé. Aquello fue agradable, pero no lo disfruté a plenitud. Pin aullaba como animal en celo y eyaculó dos veces. Pensé en masturbarme, pero cuando retiré mi pene de su ano, no salió solo: en el prepucio de mi pene habían rastros de excremento. Me fui al baño a vomitar. Y nunca más volví a ver a Pin. Escuché que sigue con su enamorada y que inclusive se van a casar. Bien por ellos. Pin me llamó hace un par de meses para "repetir la experiencia", pero lo rechacé apelando a excusas realmente estúpidas. Un cuento de nunca acabar.
Intermedio
El año pasado, mi jefe en la empresa de diseño gráfico donde trabajaba, quien además era gran amigo mío, me regaló un vibrador de jebe por mi cumpleaños, que se trajo de Cancún, con tracción y todo. Cuando aprendí a usar el aparato con pericia, mis sesiones masturbatorias cambiaron considerablemente. Si estaba excitado, prendía el televisor, colocaba una película porno y mientras me masturbaba, me penetraba con el vibrador. La sensación de tener aquél objeto en mi ano era indescriptible, y el tradicional mete-saca, en vez de dolerme, me causaba tal estado orgásmico que al eyacular tenía que hacer un esfuerzo para no gritar y el chorro de semen expulsado podía alcanzar fácilmente la longitud de un metro. Sin embargo, aquél mete-saca tenía que realizarlo con mi mano izquierda, y muchas veces la mano se me adormecía y no conseguía lograr la velocidad esperada. El consolador, a su vez, era pequeño, y me sentía tan a gusto usándolo que las sesiones continuaron y empecé a separar un excedente de mis gastos para comprar, cada fin de mes, un chisguete de lubricante anal. Por eso decidí que estaba preparado (y ansioso) por recibir en mi ano un pene de verdad.
Segundo debut (ahora sí en serio)
Junio del 2004. Habían transcurrido 7 años desde la primera vez que había tocado el cuerpo de otro hombre. Eran 7 años de amores a media luz, de sexo oral riesgoso en los baños de la Universidad, de extraños que venían y desaparecían, de Pin Ghon y la experiencia como activo y las masturbaciones con el dichoso vibrador en la penumbra de mi dormitorio. Eran las 8 de la noche y yo temblaba de ansiedad, como un adolescente a punto de debutar, porque iba a hacerlo, por fin, luego de tanta espera. Tenía ya 23 años y estaba seguro del rumbo que tomaría mi vida. Había quedado con un tipo llamado José Fino, el cual me recogería en su carro para ir a su departamento. Los términos habían quedado claros desde el principio: José era activo al 100%, y buscaba sólo un encuentro sexual sin compromisos. Tan nervioso estaba que ni me percaté de la flamante camioneta Mitsubishi que me tocaba la bocina.
José era un deleite para los ojos. Tenia 38 años, era blanquísimo, con un cuerpo más que envidiable, alto, cabello ensortijado y un par de ojos azules que quitaban el aliento. El trayecto hasta su departamento se hizo eterno por mi nerviosismo, pero cuando llegamos, me quedé de una pieza: el sitio era tan lujoso como un departamento en pleno Manhattan, con velas por doquier, como sacado de Queer Eye For The Straight Guy. Tenía sofás de cuero pegadísimos al suelo, y nos tumbamos los dos, conversando acerca de trivialidades. Mi turbación provocó que la plática se extendiera durante media hora. José me trajo un vaso de agua (debió haber percibido que estaba al borde de la convulsión) y yo, mientras bebía el vaso, observé que se había quitado los zapatos y la casaca, quedándose en jeans y con la camisa desabotonada hasta la mitad, descubriendo unos pectorales bien formados y una espesa jungla de vello rubio, bastante abundante.
Mi ansiedad por tocar con mis manos aquél tupido tesoro guardado y esparcido por su pecho, me hicieron preguntarle: "Bueno, y ahora, ¿qué esperas tú que hagamos?" José se rió y con un zarpaso felino me cargó en peso y me sentó encima de él. Comencé a besarlo con locura, comiéndole los labios, mientras le cuasi arranqué la camisa y mis manos, temblorosas, acariciaban el peluche de su pecho. José me dijo "Qué bien besas". Pensé que después de muchos años de perfeccionamiento, al fin había conseguido un doctorado como buen besador. Nos besamos ahí, aún con ropa, durante unos 15 minutos, sin parar, abrazándonos, palpándonos, sintiendo nuestras erecciones presionándose la una con la otra. Cuando metí mi mano por su nuca y le palpé la espalda, noté que también era velluda. Aquello me excitó más. Él aprovechó para ponerse de pie y llevarme de la mano a su dormitorio.
Era tan moderno y lujoso como el de las estrellas de Hollywood. Poseía parlantes empotrados en el techo y una suave música de Coldplay invadía serenamente la pieza. El ambiente no podía estar mejor. José se paró a un lado de la cama y empezó a desvestirse. Lamenté que no me dejara desvestirlo, y opté por sacarme la ropa yo también. Él fue más veloz, porque en un santiamén estuvo completamente desnudo y se arrodilló sobre la cama. Yo, mientras terminaba de sacarme el pantalón, lo observaba: un hombre absolutamente bello, bastante más velludo y fuerte de lo que aparentaba, y su pene estaba duro como un pepino, en unos increíbles 90 grados. Una vez desnudo, me arrodillé frente a él y nos abrazamos, sintiendo nuestras pieles, desnudas al fin, tocándose. Yo bajé y empecé a chupársela, y me estremecí cuando noté que el pene era tan grueso que casi no entraba en mi boca. Volví a sus labios. Él me besaba el cuello y su inmenso pene se metía por mis piernas. Yo estaba tan excitado que mi pene empesó a chorrear líquido pre-seminal sobre las sábanas.
Cuándo José se dio cuenta de ello, me puso boca abajo y empezó a besarme las nalgas. Al momento en que su lengua empezó a penetrar mi ano creía que iba a morir de tanto placer. Empezó a meter un dedo, dos dedos, de manera un tanto violenta, parecía ansioso por entrar en mí. Sacó un pomo de lubricante de su cómoda, y luego de untar mi ano y su pene con dicha sustancia, fue introduciendo, poco a poco, la cabeza de su pene. Aquello era extraño, nuevo para mí, era diferente al vibrador tan suave... Pero el pene era duro, y cuando entró con violencia grité tanto que él me tapó la boca con la mano. "Cálmate, siempre duele al principio, soporta un ratito, esperemos que dilate, pero la dejaré adentro, aguanta el dolor, luego verás cómo empieza a dilatarse". La tenía adentro de mí, pero me dolía demasiado. Sentí que me estaba abriendo en canal. Luego de un momento empezó el mete-saca.
"Sácala" le dije, pero no me hizo caso. Sentí que me estaba violando, y mi excitación y el placer acabaron ahí mismo. Me penetraba con fuerza, jadeaba, mientras yo soportaba aquél dolor tan intenso, como si me metiesen un cuchillo punzante, y grité, grité tanto que me quedé ronco. Le dí un codazo y él pareció entenderlo, porque sacó su pene más que de inmediato. Yo me fui al baño a secarme las lágrimas e intenté calmarme. Luego regresé y volvimos a intentarlo, pero fue más doloroso aún. José mostró su ofuscación y, un tanto molesto, me pidió que se la chupara. Y lo hice, porque un hombre tan bello como él merecía ser satisfecho. Eyaculó en mi boca y me tragué su sémen, bastante más salado de lo normal. Al sentir sus fluídos en mi lengua, el olor de aquél líquido blanco, eyaculé sin mucho esfuerzo, masturbándome con una mano y acariciando su pecho velludo con la otra. Nos vestimos con prisa y tuvo el gesto de llevarme a mi casa.
Y fue buena idea porque al salir del carro noté que no podía caminar. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para llegar a las escaleras. Al día siguiente, mis amigos se rieron y me dijeron que eso era normal. Mi ano estaba abierto al fin, desvirgado, pero trabajé desde casa y me encerré una semana, hasta que el dolor pasara, y aún al octavo día seguía sintiendo el dolor intenso en el ano. El ano es un músculo, pensé, y como tal, cuando se ejercita causa dolor al principio. Sin embargo, la experiencia fue impactantemente horrorosa. Hasta la fecha no he vuelto a recibir un pene en mi ano, y dudo si podré hacerlo nuevamente. Podría volverme activo pero aquella lejana experiencia con Pin no fue precisamente placentera. Me siento un ser asexual y predominantemente oral. Como Linda Lovelace, sólo llego al orgasmo cuando un hombre eyacula en mi boca. Debo tener un clítoris en la garganta, como en "Garganta Profunda". Pero de lo que sí estoy seguro es que a Pertur, pase lo que pase, lo penetraré, porque con él, por primera vez en mi vida, quiero volverme un activo 100% eficaz. Y voilà!
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