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Mon petit-ami (I)
sábado, octubre 30, 2004 |
Noviembre del 2002. Por ese entonces trabajaba con Robus Tito en una empresa de diseño web que recién estábamos formando. Robus era el jefe y yo el único empleado. Hasta que llegó Pendex. Nunca pude comprender cómo un chico de 18 años entró a trabajar de practicante en nuestra empresa. La razón, luego, se hizo más clara: los rumores aseguraban que Pendex se había acostado un par de veces con Robus, y si bien no llegaron a más, Pendex había demostrado la "capacidad" suficiente como para hacer prácticas relacionadas con el diseño gráfico, en el cual demostraría, tiempo después, su total inhabilidad. La primera vez que vi a Pendex me hizo recordar a unos de esos adolescentes que le prestan demasiada atención a la marihuana y poca o ninguna a los estudios. El tal Pendex tenía pelo ensortijado y alborotado, extremadamente delgado, blanco, cejas gruesas y apariencia de "chibolo pastrulo" de alguna de las miles bandas de teen-punk (léase 6 Voltios y demás). No era feo, tampoco podía considerarlo "mi tipo", pero su desfachatez era algo que podía llegar a provocar a muchos, incluyéndome a mí.
Todo empezó cuando intentamos (a pesar de fracasar unos 3 meses después) montar una oficina de nuestra naciente "empresa de diseño web". El lugar más adecuado era, por céntrico e independiente, la casa de Pendex, pues además de ser espaciosa se prestaba para utilizarse en muchas cosas. Pendex era de provincia, había venido a Lima a estudiar en una academia de aviación comercial y vivía con su hermano en una casa alquilada en San Isidro. El hermano trabajaba todo el día, por lo cual Pendex se pasaba la mañana en la PC e iba a sus clases en la tarde. Cuando intentamos acoplar una oficina a un ambiente de su casa, mudamos la PC de Pendex hacia un cuarto bastante espacioso con puerta a la calle. Quedamos en que empezaríamos a trabajar allí, pero por ciertas cuestiones geográficas, Robus no iba con frecuencia y se quedaba en su casa a cerrar tratos y a enviarnos información. De manera que yo era quien iba todos los días a casa de Pendex para trabajar por las mañanas, luego de lo cual me retiraba a la hora de almuerzo. El cuarto donde trabajaba era también una especie de estudio con escritorio y estantes de libros, y Pendex me hacía compañía mientras yo trabajaba. Unas veces se sentaba en el escritorio y otras veces se tumbaba en el suelo sobre un colchón que había colocado improvisadamente.
Su cuarto quedaba justo al lado, de modo que a veces pasaba por ahí a ver televisión o a conversar con él cuando quería despejarme un poco del trabajo. Habíamos empezado con el pie izquierdo porque yo siempre llegaba tarde y lo obligaba a cambiar sus costumbres matutinas, pero luego, superando mi timidez, comprendí que era mejor conversar con él que pasar por antisocial (y vaya que lo era). Yo nunca me percaté de nada de lo que iba a ocurrir, porque cuando Pendex me hacía compañía, generalmente estaba de espaldas a él, conversábamos de cuatro cosas y después me despedía a la hora de almuerzo para regresar al día siguiente. El primer paso lo dió él, al preguntarme por qué me iba a almorzar a mi casa si podía quedarme a comer con él, total, el restaurante de al lado le daba pensión y podía ordenar un plato más, porque su papá pagaba las cuentas y nunca verificaba cuánto se consumía. Me pareció una excelente idea, no por él, sino porque el hambre me torturaba camino a casa. Empezamos a almorzar juntos, la confianza mutua se intensificó y nos acostumbramos a sentarnos en la mesa o, cuando nos provocaba, íbamos a comer directamente al restaurante.
Siempre he sido bastante despistado, y hasta ese entonces no me percataba de que algo pasaba. El segundo acercamiento dio lugar una semana después, cuando después de almorzar y sentarnos a fumar un porro, me puse de pie para irme a casa y él me pidió que lo acompañara al supermercado que quedaba camino a mi paradero. No me negué porque el chico me estaba empezando a caer bien. Una vez allí, Pendex compró unas cosas de comer y unas cervezas, y después me preguntó si quería algo. No me pareció correcto aceptar su invitación y le dije que no deseaba nada, pero ante su insistencia, acepté una barra de Snickers, ni tonto que fuese. A partir de allí las cosas cambiaron, porque regresamos al supermercado juntos otras veces, y se volvió una costumbre que siempre me estuviese regalando cosas. Comenzó invitándome un helado mientras trabajaba en la PC y al día siguiente me trajo un chocolate, al otro una galleta, al siguiente un yogurt y así sucesivamente.
No pasaron ni 2 días cuando descubrí que me había añadido a su lista de contactos del MSN. Cuando regresaba a casa, Pendex se ponía a chatear conmigo, como si no hubiese bastado vernos toda la mañana. Hasta que a la semana siguiente, cuando trabajaba en una web comercial de una empresa de importación, noté que alguien había posteado un mensaje en el foro recién inaugurado. El mensaje decía "Te amo Cyan. Firma: Pendex." No lo pude creer. Lo tomé a broma y se lo conté a Funky, mi mejor amigo. Le conté la historia entera. Funky rió como un descosido y me dijo "Cyan, ése niño te desea, abre los ojos". Pero todo me seguía pareciendo una broma de mal gusto. Mi opinión cambió cuando Pendex se acercó a regalarme un chocolate y vio que tenía abierto el susodicho foro. Se puso rojo, tartamudeó unas palabras, me dejó el dulce y se fue. No lo vi más y tuve que almorzar solo. En la noche entré al MSN, Pendex me abrió una ventana y se puso a decirme cosas sin sentido. Cuando le pregunté a qué se refería, me dijo "ay, es imposible que hasta la fecha no te des cuenta". Muy inocente, le pregunté el por qué, y me respondió: "¿Sabías que me gustas con locura?". No supe qué responder. Me dijo que estaba enamorado de mí. Sólo atiné a darle las gracias (¿?) y a darle mi teléfono (que increíblemente aún no tenía). Me llamó a medianoche y hablamos durante dos horas. Trató de esquivar el tema, pero su voz sonaba dulce. Quedamos en hablar al día siguiente.
Fue el día más largo de mi vida. Mientras cruzaba las calles para ir a su casa, pensaba que era la primera vez que me sucedía algo parecido, y temía que la inexperiencia me hiciera cometer errores. Fuimos a su cuarto, me senté en su cama, y le dije que me contase todo. Me dijo que quería ser mi novio. Yo pensé: "tengo 22 años, nunca he tenido novio, es hora que sepa de qué va la cosa, y él no es feo para nada, qué mierda, lo intentaré". Le dije la verdad: hacía menos de un mes que lo conocía, pero que me parecía un chico atractivo y honesto, y que me gustaría estar con él, pero bajo la condición de llegar a conocernos más, con el tiempo. Él se rió y tosió porque se había fumado ya media cajetilla de Marlboro. Nos quedamos callados. A los 2 minutos de silencio, le dije: "¿Quieres que nos besemos?". Pendex dijo que estaba por pedirme lo mismo. Temblando, nos acercamos. Me sentí viejo. Él, 18 años. Yo, 22 y sin ninguna experiencia amorosa previa. Sentí su aliento a cigarro y le pedí que se lavase los dientes. Regresó echo un rayo y despacio, con calma, juntamos nuestros labios poco a poco, entreabrimos la boca y comenzamos a besarnos. El sabor a dentrífico hizo que la experiencia fuese poco grata, pero me dijo "No te preocupes, mejorará con el tiempo".
Yo regresé a la PC, él me siguió y se sentó junto a mí. No pude volver a concentrarme, pero él parecía querer quedarse sentado a mirarme durante toda la mañana. También me extendía su mano y me la tomaba. Y nos quedábamos tomados de la mano. Aquello era tan nuevo para mí. Nunca había experimentado aquellos arrumacos de enamorados. A la media hora, mandé el trabajo a la mierda y regresamos a su cuarto, esta vez a besarnos con locura. Me gustaba cómo me besaba, con los ojos cerrados, nos abrazábamos, sentía su cuerpo adolescente y frágil contra el mío, le acariciaba el cabello y nos echamos en su cama. Él me miraba con ternura. Nos comíamos a besos. Todo era absolutamente nuevo. No habíamos tenido sexo, sin embargo, aquella sensación de "cariño" me llenaba de felicidad, y su mirada me trasmitía paz. Sus ojos brillaban cuando me miraba y me acariciaba las orejas. Y nos revolcávamos en su cama, luego de prometernos que no tendríamos sexo hasta que llegásemos a conocernos más. Almorzamos tomados de la mano, vimos televisión tomados de la mano, leímos comics tomados de la mano, fumamos porros tomados de la mano. No quería soltársela. Maldije haber desperidiciado tanto tiempo en sentir esos detalles de una "relación". Y recién era el primer día. Cuando ya eran las 9 de la noche, nos despedimos con un beso que duró 15 minutos, abrazándonos, despeinándonos, y sintiendo volcanes en nuestras pelvis. Él tocó mi erección, la palpó y me dijo "esa fue mi despedida, pero ojalá que congeniemos pronto porque me muero de ganas por acostarme contigo".
Al día siguiente continuó la magia. No pude dormir, y estuve en su casa a las 8am. Me abrió la puerta en un pijama amarillo del Demonio de Tazmania, despeinado y muriéndose de sueño. Se lavó los dientes para poder besarme, y esta vez el dentrífico no me importó. Regresamos a su cama y dormimos un par de horas más. Luego me quedé viendo TV y él se fue a tomar un baño. Regresó mojado, con la toalla amarrada a la cintura y sin el más mínimo pudor, se quedó desnudo. Empezó a secarse y a vestirse, como si yo no estuviese presente. Observé su cuerpo delgado, casi infantil, y me produjo harto morbo. Cuando su pene se agitó quise morirme porque era un animal considerablemente grande, colgando, que se ocultó pronto entre los pliegues de su calzoncillo blanco. Al terminar, regresó a la cama y continuamos besándonos, pero él notó mi erección. Después de retomar nuestra promesa de esperar unas semanas más para tener sexo, se sentó encima de mi pene, iniciando un movimiento cuasi sexual que acabó por hacerme eyacular. Se rió como un niño travieso y concordamos en que aquél jueguito no tenía nada de malo.
Al tercer día comenzó el infierno. Cuando llegué a su casa, vi a una chica igual de joven que él, parada en la esquina, mientras Pendex me daba las llaves y me pedía que me "adelantara". Adentro, vi la cama revuelta y una caja de condones abierta. Pendex regresó y me explicó que aquella chica era su ex-enamorada. No lo pude creer. Me contó que lo de la homosexualidad era algo nuevo y que al descubrirla, había terminado la relación con esa chica, pero ella se negaba a aceptarlo y de vez en cuando venía a tratar de hacerlo "regresar a la normalidad". Le pregunté por los condones y me respondió, entre risas inocentes, que habían echado "un polvito sin importancia". Me dieron náuseas. Él a su vez se molestó porque "una mujer era una mujer y eso no contaba". Me molesté tanto que no esperé a que llegara la hora de almuerzo para irme. Por la noche no me llamó, y lloré, lloré de frustración y de pena al descubrir, muy a mi pesar, que en 2 días me había enamorado perdidamente de él. Las cosas cambiaron radicalmente. Regresé al día siguiente y Pendex no me pidió perdón, ni se acordó de darme un beso de bienvenida, por lo cual se lo tuve que pedir yo. Lo encontré chateando en Gay.com. Me dijo que no me preocupase, que sólo quería "conocer nuevos amigos". Un pez picó el anzuelo y me dijo que "un chico vendría a visitarnos". Inventé una excusa y salí de nuevo a llorar a la calle, contrariado, porque no sabía qué juego estaba jugando Pendex, y si continuábamos siendo novios o no.
El viernes me recibió con grandes besos, y revivimos intensamente la pasión de los dos primeros días. Hicimos planes para vernos el fin de semana, pero el sábado nunca me llamó. Yo fui el que lo llamé y él dijo sentirse un poco mal del estómago. Acordamos vernos el domingo en Plaza San Miguel. Lo esperé durante horas y comprendí que me había dejado platado. Tuve que volver a llamarlo yo, y me continuó dando excusas tontas. Rugí de ira y le colgué el teléfono, luego de lo cual regresé a casa a llorar una vez más en aquellas sábanas húmedas y percudidas de tantas lágrimas amargas. El lunes me abrió la puerta sin inmutarse y tampoco me pidió perdón. Fue una segunda semana de infierno total, pues él actuaba diferente. El jueves, me pidió que por favor le hiciese una página web para su amigo, y cuando empezé a hacerla le agarró tal pasión que me llevó a la cama. Yo esperaba que fuese una bonita reconciliación, pero él me dijo que ya no aguantaba más: quería sexo. Me negué. Pendex sacó un condón, se lo puso y se marturbó a mi lado, acariciando la piel de mi pecho. Yo por mi parte nunca llegué a desvetirme.
El segundo fin de semana era el fin de semana previo a la víspera de navidad, y lloré los dos días. Lloraba en silencio, pues las lágrimas se agotaron y me limitaba a convulsionar con unos cuantos hipos de dolor intenso. El lunes era 24 de diciembre. Me levanté y me miré al espejo: aquello no daba para más. Fui a la casa de Pendex, resuelto a acabar con todo. Me encontré con que mis amigos habían ido para organizar una chocolatada navideña. Ahí estaban Robus Tito, mi mejor amigo Funky, mi amiga Addy Possa y por supuesto, Pendex. Después de hacer un intercambio de regalos improvisado y tomar chocolate caliente con panetón, Pendex me miró de una manera extraña y me pidió que lo acompañase a comprar cigarrillos. Yo supuse que era una excusa perfecta para de una vez por todas acabar con la ¿relación? que estábamos teniendo. Cuando Pendex se acercó para pagarle a bodeguero, noté marcas de dientes en su cuello. Me temí lo peor, no obstante guardé la calma.
Cyan: ¿Quién te hizo eso en el cuello?
Pendex: Mi pareja.
Cyan: ¿Qué?
Pendex: Mi pareja.
Cyan: ¿Me estás tomando el pelo?
Pendex: No, para nada. Me lo hizo mi novio.
Cyan: Pero tu novio soy... ¿Desde cuándo ÉSE es tu novio? ¿Y quién es?
Pendex: No importa que sepas su nombre. Somos novios desde el jueves.
Cyan: [Con el mundo encima] ¿Y por qué no me dijiste nada antes?
Pendex: Sorry.
Cyan: ...
Pendex: Dije que sorry.
Cyan: Pero ¿y lo nuestro?
Pendex: Se acabó.
No miré atrás. Regresé a su casa. Mis amigos me miraron como intuyendo que algo grave pasaba. Funky se ofreció acompañarme a casa. Lo rechacé amablemente, sintiendo un borbotón de llanto que me incapacitaba hasta para caminar. Tambaléandome, tomé un taxi. Hice esfuerzos sobrehumanos por tragarme las lágrimas. Al llegar, me encerré en mi cuarto y grité. Grité con todas mis fuerzas hasta quedarme ronco. Luego me desplomé en el suelo y lloré, lloré como nunca antes había llorado en mi vida, sintiendo aquél dolor primigenio saliéndome a borbotones. Lloré aproximadamente durante media hora, gritando, pataleando. Cuando se acabaron las lágrimas, seguí gritando, y tomé la tijera y empecé a punzarme por todo el cuerpo. Necesitaba tanto abrazar a alguien pero al mismo tiempo no quería que nadie me viese en aquél estado. Fui al baño y sin pensármelo dos veces, desarmé la Gillette y con la navaja me corté ambas muñecas. Me senté en el suelo de mi habitación, mientras la sangre manaba y manchaba todo a su paso, como un reguero de pólvora, me concentré en decirle a mi cuerpo que dejase de existir. La sangre salió al pasadizo y mi madre (que aún estaba en Lima) alarmada, tumbó la puerta y llamó a un vecino para que la ayudase a cargarme. Me ataron un par de secadores de cocina en ambos brazos y me llevaron al hospital. Los médicos, lamentablemente, hicieron el resto.
En el hospital seguí llorando sin parar. Mi papá llegó y llamaron a un psicoanalista, pero no sirvió de nada, porque yo me negaba a hablar. Estuve sin habla durante 2 días, y ni siquiera cuando dieron las 12 de la noche y todo el mundo se deseaba "Felíz Navidad" pude articular alguna palabra. Observaba los fuegos artificiales por la ventana y aquello me causaba más dolor, al imaginarme qué habría sucedido con Pendex. Lo veía abrazándose al otro (del cual nunca supe su nombre) y aquella imágen de postal me sacaba de quicio. Pendex me llamó para Año Nuevo, el cual pasé nuevamente encerrado en mi casa, pero opté por cortarlo con rapidez y agradecerle el gesto de desearme Feliz Año. Ya estábamos en enero y yo seguía muriéndome de amor. A mis oídos llegó la noticia que Pendex, quien siguió encontrándose con su "ex-enamorada", iba a convertirse en papá. Monté en cólera al no saber con qué clase de chico me había enredado. Hasta que, sin ningún aviso ni señal, llegó Hiro, un nuevo comienzo para el siguiente capítulo.
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