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Muriendo un poco
jueves, noviembre 11, 2004 |
No puedo perder a Pertur. No puedo. Tampoco estoy llorando, ni gritando, pero siento que con él, se fue también una parte de mí. Siento un terrible vacío, casi tan grande como el espacio que él ocupaba en mi corazón. Anoche sentí que el dolor punzante me arrastraba hacia los abismos de la locura. Tengo que pensar en otra cosa, realizar nuevas actividades, tener sexo, o algo, cualquier cosa, con tal de lo pensar en él, mantener la mente ocupada para, ya lo dije, no volverme loco. Pero mi vida es una gran contradicción, pues a pesar de estar al borde del abismo, siempre encuentro alguna manera de reincidir en la herida abierta, al menos indirectamente. Esta peculiar costumbre hace que la gente no me comprenda, y que varias personas quieran inclusive asesinarme, pero... ¿qué puedo hacer? A estas alturas ya no puedo modificar mi personalidad, tan sólo mi apariencia. No soy de los que suelen exteriorizar sus emociones, muchos podrán verme reír, pero por dentro estoy muriendo poco a poco, cada día.
Serían alrededor de las 8 de la noche cuando llegué a casa extenuado y con ganas de tirarme a dormir sin tomar ninguna píldora. El dolor cansa, altera, desespera, aletarga. Un dolor tan intenso es como cargar una cruz imaginaria, pero te quedan las cicatrices y la sensación de infinito cansancio. Nada, ni siquiera la buena noticia de un posible empleo en el equipo de rodaje de la nueva película que Augusto Tamayo está rodando actualmente en Lima, pudo arrancarme una leve esperanza. Antes, hacer cine era mi vida. Creo que ahora, la vida me exige amor, cariño, comprensión, antes que cualquier cosa material o logro transcendental. Por lo tanto, no me autoflagelé físicamente (la navaja de afeitar parecía mirarme con deseo, pero mantuve la promesa que le hice a Nené de no volver a hacerme daño, aunque pocos saben que una navaja bien usada puede causar dolor y sangrado, pero no cicatrices).
Harto de dar vueltas en la cama, tomé una sola píldora y dormí unas inclementes 3 horas. En este estado soy capaz de hacer cualquier cosa, pensé, así que opté con guardar el frasco. Me pusee a releer una de mis obras favoritas: "Las Vírgenes Suicidas", de Jeffrey Eugenides, y me asaltó la absoluta desolación cuando evoqué el tiempo que he venido desperdiciando. Un suicidio en la adolescencia, como las hermanas Lisbon de dicho libro, me hubiesen protegido de llegar hasta este punto. Quizás estaría más felíz estando muerto y enterrado que sentado frente a una PC escribiendo, vomitando, todo lo que me rectifica la idea de que el suicidio puede ser la única solución.
Tiré el libro a la mitad del tercer capítulo y para mi sorpresa, me encontré a Vodkita en el MSN. Fue la única a la cual me provocó transmitirle toda mi frustración, e hice bien, porque ella ideó, buscó, indagó. Como resultado, me comunicó que una de sus amigas conocía a Pertur. Me confirmó que mi niño aun no toma cursos de facultad, sino que cursa el segundo año de Estudios Generales. A continuación, cuando Vodkita le contó a su amiga que yo estaba enamorado de ese chico, la respuesta fue contundente:
"Pertur Bado? PUTA QUÉ ASCO!!!!" (Amigadevodkita dixit)
Aquella afirmación no me molestó en lo absoluto. Al contrario, me tranquilizó. Mi niño no es deseado por nadie salvo yo, que cual conjuro esotérico puse mis ojos, como siempre, en el hombre equivocado. Es más seguro estar enamorado de alguien que no existe para la mayoría de chicas que un galán de telenovela juvenil. Por otro lado, hoy intenté conseguir el teléfono o el e-mail de mi niño porque El Viejo, mi compañero de clase, los tiene. Él se los dio cuando hicieron juntos el diálogo en francés. Tuve que hacerme el desentendido y montar toda una comedia para que El Viejo se ofreciera a darme un aventón en su carro y así crear un ambiente más "íntimo". Craso error: El Viejo hablaba de todo menos de lo que más me interesaba: Pertur. Tuve que cortar su inverosímil cháchara de la tercera edad para preguntarle por él. Me sorprendí cuando su rostro se ensombreció.
"¿Pertur? No tengo su teléfono, tengo su e-mail, puedo escribirle para que me de su teléfono, pero ya no vale la pena. Además ¿para qué? Si ni siquiera le interesa el curso, yo le mandé un resúmen de las clases y nunca respondió. Es inteligente, pero no se puede hacer nada si no tiene el mínimo interés" (El Viejo dixit)
No insistí, porque mi mente calibró una conclusión absoluta a todo este problema: no puedo vivir sin él. Por eso, tengo tres opciones: 1) Arriesgarme a escribirle un e-mail anónimo a su correo de alumno de la PUCP (el cual puede que nunca revise) y decirle quién soy y que lo amo con locura. O sino, 2) Entrar a la PUCP, quedarme todo el día ahí, buscar, preguntar y encontrarlo. 3) Hacer guardia en la puerta de su casa (ya he dado vueltas por ahí) y abordarlo cuando esté por entrar y decirle, amenazadormente, que ya no puedo más y estoy a punto de quitarme la vida por él. Quizás se asuste y llame a la policía o al Serenazgo. No me importa ir preso. Soy esclavo de mis sentimientos, de los cuales él es el único dueño.
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