Sayounara Pertur
martes, noviembre 09, 2004

Fue curioso, porque no lloré. Las lágrimas se habían secado el mes pasado, cuando entendí que estaba enamorado de él. Y me hice la firme promesa de no volver a autoflagelarme, no reincidir en el suicidio, hacerme la idea de que no existe ni existió. Vaya tarea. A veces los sentimientos pueden más que las acciones, el deseo puede más que la voluntad. Me venció el dolor. Nunca antes había llorado sin lágrimas, sintiendo excremento en la boca del estómago. Hoy debo cerrar un capítulo más de esta vida que nunca quise tener, ni continuar. Hoy debo decirle adiós a otro chico que amé hasta el infinito y las estrellas. Otro chico que nunca se enteró de nada. Otro más que no se fijó en mí.

Extraño el dolor en los dedos de tanto teclear. Extraño las horas que pasé tratando de redactar lo irredactable de mis sentimientos, el abismo que me dictaba mi propia frustración. Echo de menos los posts gigantes que alguna vez mi subconciente me permitió vomitar. Pero la incongruencia me ataca. Temo seguir dándole vueltas al asunto sin llegar jamás a una conclusión lo suficientemente clara. Pertur Bado tampoco fue a clase hoy, y algo en mi interior me dice que no lo volveré a ver. Salió de mi vida tan rápido como entró. Así de fácil y sencillo. Se fue y no regresará más. Se fue y sin embargo se quedó aprisionado en mi corazón, como un gancho que se clava sin compasión y desgarra los tejidos del músculo, sumado a ese dolor primigenio que te absorve, que te impide realizar nuevos proyectos, trazar metas, volver a soñar. O a ilusionarse.

¿Ilusión? Si el ser humano no soñara, no existirían las ganas de vivir. La vida está hecha de sueños. Sueños de llegar a ser alguien mejor, sueños de tener una vida sin preocupaciones, sueños de llegar a la cima, sueños de poseer a la persona amada. Yo ya no tengo sueños. Esta mañana, al defecar, mis sueños se fueron por el drenaje del inodoro. Sólo quedan las ganas de llorar sin conseguirlo, un vacío contínuo de mente y espacio-tiempo. Estoy seguro que algún día, muchos años después, me volveré a cruzar por la calle con él. Lo veré en terno, con un auto sublime, seguramente casado y con hijos que monopolizan su cariño. Yo seguiré solo, desamparado, porque los gays siempre terminamos solos. Y en el abismo de mi soledad contemplaré las arrugas, las piel desgastada, la mirada de ese señor que alguna vez fue un chico precioso, pálido y con una piel tan suave como el durazno. No. No puede ser. Ya lo pensé mejor, y no quiero que eso pase. Me quedaré con el recuerdo de aquél chico que llegaba tarde a clase, que hablaba con voz de niño, que tenía risa de idiota y sonreía como un Pokemon. Por siempre y para siempre.

Posteado por Cyan a las 1:12 a. m.
 
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