Loqueros sexys
viernes, enero 13, 2006

Hoy fui al médico para que supervisara mi medicación recetada y mis avances en cuanto al tratamiento recibido. Me derivó desde psiquiatría hacia otro pabellón del hospital para que me hicieran "unas pruebas psicológicas sobre mi personalidad", cosa que no entendí muy bien pero que después de todo era parte del proceso.

Fue así como me extendió un papelito que ordenaba realizar pruebas psicológicas al paciente tal, test sobre personalidad maníaco depresiva, impulsos suicidas y etcétera. Le agradecí por su ayuda y me dirigí al pabellón de psicología. Me atendió una enfermera muy bonita, pero ni bien le extendí el papelito con la orden, me fijé en un par de médicos que estaban en la sala de espera de pacientes, conversando animadamente.

Uno era simpático, de gafas metálicas y tez morena, bastante joven, y el otro le igualaba en edad, pero le superaba en atractivo físico. Debía tener unos 28 años y era rubio, de porte más que notable y ojos algo razgados. Su mirada penetrante se cruzó con la mía. Había dejado de hablar con su compañero. Yo lo miré primero con curiosidad y luego con interés: estuvimos cerca de tres segundos mirándonos, pero luego la enfermera me distrajo para pedirme más datos. Demonios.

Seguí examinando de lejos al objeto de mi afecto, que siguió la conversación amena con su compañero. En mí restaba la esperanza de cruzar una nueva mirada con él, pero en ese momento otro médico mucho más joven hizo una aparición algo apresurada. Se le notaba más joven que el resto y bajo la túnica blanca vestía una camisa a cuadros regia. Su contextura era más bien gruesa, su barba prominente y sus cejas pobladísimas: tranquilamente podría pasar por un sugar-daddy-bear y me mojé al imaginármelo enfundado en uno de esos trajes de cuero.

¡Por Dios, cuántos loqueros sexys habían en ese hospital! Maldita sea la hora en que no estudié psicología, pensé. De haberlo hecho me hubiese ahorrado años de tratamientos, medicinas y automedicación. Parecía el pabellón de los médicos de un almanaque de Cosmopolitan. No obstante la enfermera me llevó a un consultorio aledaño y se encerró conmigo a hacerme unas preguntas preliminares. Resultó que de enfermera no tenía nada y que ella misma era una psicóloga más del equipo que vi en la otra sala.

Ella: Bueno, señor Cyan, lo voy a derivar para que sea atendido por uno de los psicólogos del staff, puedo ser yo misma o cualquiera de los que vio en la sala anterior, eso depende de la disponibilidad de ellos. Enseguida regreso, espere aquí por favor.

Está de más decir que me sobrevino un ataque de beatitud y me puse a rezar ahí mismo para que me tocara ser atendido por el médico rubio con el cual crucé miradas unos minutos atrás. En la espera me desesperé, y eso que estaba tranquilo. La puerta se abrió y yo, que esperaba toparme con la misma enfermera/psicóloga, casi me desmayo cuando noté que hacía su ingreso el objeto de mi afecto.

De cerca parecía un poco mayor de lo que pensé, quizás rondearía ya los 29 o 30. Parecía algo nerviocillo, porque en ningún momento me miró, sólo me hizo unas cuantas preguntas, me reprendió por haber llegado tarde a la consulta y reprogramó una nueva cita para el próximo viernes, rogándome que llegase temprano. Seguidamente escribió unas cuantas cosas en mi historia clínica y se despidió de mí, muy profesional, no sin antes extenderme la mano y dirigirme una nueva mirada misteriosa.

Me fui caminando por el pasillo y pensando si en verdad habría podido pasar "algo" con aquél médico. Tal vez esté pecando de ingenuo, pero es que a veces las corazonadas no me engañan. O quizás, como suele pasar, veo cosas en donde sencillamente no las hay. Quién sabe, pero a lo mejor lo descubriré en la próxima consulta. Mojándome espero.

Posteado por Cyan a las 12:06 p. m.
 
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